Km: 218
Siempre hay un momento del día en el
que siento una energía especial, es cuando me subo a la moto y
recorro los primeros kilómetros. Me siento pleno, con ganas de
empezar un día lleno de experiencias y hechos inesperados. Hoy no ha
sido diferente, a pesar de que ya noto el peso de las muchas horas y
kilómetros sobre la moto. El día parece variable, nubes tormentosas
alternan con claros. Un día de verano noruego. Hoy voy a entrar en
terreno conocido, pues ya estuve por estas tierras durante un viaje en
coche en el verano del 2011. Pero hay algunas carreteras que quiero
repetir sobre la moto. Parto en dirección a Kristiansund en busca de
la famosa carretera atlántica. Cuando estuve aquí el año 2011 y vi
la cantidad de moteros que se daban cita en esta carretera, pensé
que algún día iba a venir hasta aquí en moto. Un deseo normal, si no fuera porque entonces yo aún no había comprado
mi w800. Para ser sincero, ni tan siquiera tenía moto de carretera.
Os confieso ahora que antes de la w800 nunca he tenido ninguna. Provengo
del mundillo de las motos de trail-enduro, y mi historial pasa por la
Yamaha XT600 que me robó algún hijo de perra, una Honda xr600 y mi
actual xr650r, con la que he ido ya tres veces a Marruecos y me he
pateado los Pirineos de punta a rabo, además de una siempre
recordada ruta de Cabo de Creus a Finisterre. Todo off-road. ¿A qué
vino pues ese pensamiento? Ni yo mismo llego a explicármelo, pues ni
tan siquiera me había planteado la compra de una moto de carretera.
Tal vez tuve una visión, un dejà vu futuro. Solo sé que en ese
momento lo tuve clarísimo, iba a volver aquí sobre una moto y
recorrería los siete kilómetros sobre puentes y diques saltando de
un islote a otro en esta absurda, increíble y famosa carretera.
La primera vez que estuve aquí abordé
la carretera desde el Sur y ahora llego por el Norte. No reconozco
el camino y tengo la sensación de haberme perdido, por lo que me
detengo a consultar el socorrido mapa de papel, que por mucho GPS que
haya, siempre me resulta útil. No, al parecer voy en la dirección
correcta. Demasiada impaciencia. Al fin consigo llegar a la Atlantic
Road, y preparo el gran momento. Tengo a punto la banda sonora
adecuada. Me coloco los auriculares y me lanzo a la carretera con los
primeros acordes del “Born to be wild”. ¿Una tontería? ¡Ja!
Probadlo y veréis. Recorro sus siete kilómetros saludando a todo
motero con que me cruzo, me parece ver a mi lado a Peter Fonda y
Dennis Hopper con sus choppers. Me detengo en el mismo chiringuito
del 2011 a tomar un helado. Juraría que la dependienta es la misma
que entonces, aunque yo no me fiaría mucho de mi memoria.
Abandono esta carretera con la convicción de haber cumplido otro hito en este viaje. Voy en busca
del siguiente, la Trollstigen. Tengo que pillar un ferry
primero, allí la w800 llama la atención de dos tipos que se dirigen
a mi. Uno de ellos tuvo una Triumph en sus tiempos y no puede
creerse que exista una moto como esta. Me pregunta si el motor
también pierde aceite, como las de entonces.
Llegando a Andalsnes el tiempo empeora.
La verdad es que me siento bastante cansado. En la gasolinera,
primero me olvido la tarjeta de crédito sobre el mostrador. La
cajera me la devuelve con una sonrisa, mientras yo culpo al cansancio
de mi despiste. Salgo en busca de hotel, el primero de ellos parece
abandonado. Lástima porque parecía económico. Salgo de la ciudad
en busca del cámping pero en recepción me dicen que está lleno,
aunque puedo plantar la tienda si quiero. Visto que las nubes
presagian lluvia, declino el ofrecimiento. Además, sinceramente, en
un país tolerante con la acampada libre no veo qué sentido tiene utilizar la
tienda de campaña en un cámping. Me decido por el único hotel que
queda, que descarté en un principio por ser demasiado caro para lo
que ofrece. Allí me doy cuenta de que no tengo mi manojo de llaves
encima. Tengo una copia de todas ellas, pero prefiero buscarlas.
Deshago todo el camino que he hecho desde que las vi por última vez
en la gasolinera, pero no las encuentro. Cuando llego a la
gasolinera, la cajera me espera con el manojo de llaves en la mano. Me las entrega, aconsejándome que ciertamente, debería
descansar un poco. Aprovecho que estoy aquí para darle un lavado a
la pobre w800, aun tiene pegada la arenilla de la nefasta carretera
de anteayer. Consigo mejorar su aspecto, pero creo que no podré
recuperarla del todo hasta que regrese y le haga una limpieza a
fondo, pieza por pieza. Se lo merece.
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