dilluns, 29 de juliol del 2013

Día 24: Liabo – Andalsnes


Km: 218
Siempre hay un momento del día en el que siento una energía especial, es cuando me subo a la moto y recorro los primeros kilómetros. Me siento pleno, con ganas de empezar un día lleno de experiencias y hechos inesperados. Hoy no ha sido diferente, a pesar de que ya noto el peso de las muchas horas y kilómetros sobre la moto. El día parece variable, nubes tormentosas alternan con claros. Un día de verano noruego. Hoy voy a entrar en terreno conocido, pues ya estuve por estas tierras durante un viaje en coche en el verano del 2011. Pero hay algunas carreteras que quiero repetir sobre la moto. Parto en dirección a Kristiansund en busca de la famosa carretera atlántica. Cuando estuve aquí el año 2011 y vi la cantidad de moteros que se daban cita en esta carretera, pensé que algún día iba a venir hasta aquí en moto. Un deseo normal, si no fuera porque entonces yo aún no había comprado mi w800. Para ser sincero, ni tan siquiera tenía moto de carretera. Os confieso ahora que antes de la w800 nunca he tenido ninguna. Provengo del mundillo de las motos de trail-enduro, y mi historial pasa por la Yamaha XT600 que me robó algún hijo de perra, una Honda xr600 y mi actual xr650r, con la que he ido ya tres veces a Marruecos y me he pateado los Pirineos de punta a rabo, además de una siempre recordada ruta de Cabo de Creus a Finisterre. Todo off-road. ¿A qué vino pues ese pensamiento? Ni yo mismo llego a explicármelo, pues ni tan siquiera me había planteado la compra de una moto de carretera. Tal vez tuve una visión, un dejà vu futuro. Solo sé que en ese momento lo tuve clarísimo, iba a volver aquí sobre una moto y recorrería los siete kilómetros sobre puentes y diques saltando de un islote a otro en esta absurda, increíble y famosa carretera.
La primera vez que estuve aquí abordé la carretera desde el Sur y ahora llego por el Norte. No reconozco el camino y tengo la sensación de haberme perdido, por lo que me detengo a consultar el socorrido mapa de papel, que por mucho GPS que haya, siempre me resulta útil. No, al parecer voy en la dirección correcta. Demasiada impaciencia. Al fin consigo llegar a la Atlantic Road, y preparo el gran momento. Tengo a punto la banda sonora adecuada. Me coloco los auriculares y me lanzo a la carretera con los primeros acordes del “Born to be wild”. ¿Una tontería? ¡Ja! Probadlo y veréis. Recorro sus siete kilómetros saludando a todo motero con que me cruzo, me parece ver a mi lado a Peter Fonda y Dennis Hopper con sus choppers. Me detengo en el mismo chiringuito del 2011 a tomar un helado. Juraría que la dependienta es la misma que entonces, aunque yo no me fiaría mucho de mi memoria.
Abandono esta carretera con la convicción de haber cumplido otro hito en este viaje. Voy en busca del siguiente, la Trollstigen. Tengo que pillar un ferry primero, allí la w800 llama la atención de dos tipos que se dirigen a mi. Uno de ellos tuvo una Triumph en sus tiempos y no puede creerse que exista una moto como esta. Me pregunta si el motor también pierde aceite, como las de entonces.
Llegando a Andalsnes el tiempo empeora. La verdad es que me siento bastante cansado. En la gasolinera, primero me olvido la tarjeta de crédito sobre el mostrador. La cajera me la devuelve con una sonrisa, mientras yo culpo al cansancio de mi despiste. Salgo en busca de hotel, el primero de ellos parece abandonado. Lástima porque parecía económico. Salgo de la ciudad en busca del cámping pero en recepción me dicen que está lleno, aunque puedo plantar la tienda si quiero. Visto que las nubes presagian lluvia, declino el ofrecimiento. Además, sinceramente, en un país tolerante con la acampada libre no veo qué sentido tiene utilizar la tienda de campaña en un cámping. Me decido por el único hotel que queda, que descarté en un principio por ser demasiado caro para lo que ofrece. Allí me doy cuenta de que no tengo mi manojo de llaves encima. Tengo una copia de todas ellas, pero prefiero buscarlas. Deshago todo el camino que he hecho desde que las vi por última vez en la gasolinera, pero no las encuentro. Cuando llego a la gasolinera, la cajera me espera con el manojo de llaves en la mano. Me las entrega, aconsejándome que ciertamente, debería descansar un poco. Aprovecho que estoy aquí para darle un lavado a la pobre w800, aun tiene pegada la arenilla de la nefasta carretera de anteayer. Consigo mejorar su aspecto, pero creo que no podré recuperarla del todo hasta que regrese y le haga una limpieza a fondo, pieza por pieza. Se lo merece.

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