Día 4: cerca de Kassel – cerca de Odense

630 km
Mientras discurro aburrido por las autobahn, pienso que es una lástima pasar tan cerca de ciudades como Friburgo o Hamburgo y no dedicarles una visita. Pero lo cierto es que el mejor modo de visitar una ciudad es llegar allí en un vueling y pasar tres o cuatro días pateándotela. La moto es para rutear, y en eso estamos. Además, en algunas ya he estado, aunque no recuerde mucho de ellas a causa del cementerio de neuronas que tengo en la cabeza.

Poco antes de llegar a Hamburgo, pillo el primer atasco; media Alemania está en obras. Hamburgo es un sitio enorme, nunca terminas de llegar, nunca acabas de salir. Mientras Hamburgueo, me pierdo tres o cuatro veces a causa de ciertas diferencias de criterio entre mi instinto y el GPS y a un hecho curioso de las autopistas alemanas. Aquí, en las salidas pone Ausfahrt. Punto. Si quieres saber a donde se sale, deberías haberte fijado en el letrero que había varios cientos de metros atrás. Jódete. Esto me lleva a la primera reflexión del día. Me produce mucho más desconcierto estar en un sitio en el que las cosas parecen igual que en casa, pero con sutiles diferencias que si estás en el trópico, la selva, África, donde das por sentado que las cosas son muy diferentes y estás siempre atento. Pero si parecen igual, te comportas igual, y es aquí cuando la cagas. Me he pasado el día viendo Ausfahrts y preguntándome: ¿a dónde ausfahrt, coño?

Me detengo poco antes de cruzar la frontera con Dinamarca, en un área de servicio que, extrañamente, está muy solitaria. El hambre aprieta así que me pillo un par de platos. Con el estómago lleno y en un lugar que debería haber sido una mierda de sitio pero que no lo es, me envuelve de repente una calma que invita de nuevo a la filosofía. Lectores alérgicos a las pajas mentales, podéis saltaros el siguiente párrafo.

Area de servicio ZEN

He tardado mucho tiempo en darme cuenta de lo que para mi es la felicidad. De hecho, lo que no he sabido es reconocer que eso que sentía era felicidad, en su estado más elemental, primario y básico. He llegado a llamarlo incluso aburrimiento. Es como tener un diamante en bruto en una mano y no saber ver más que una piedra. Hablo de lo que siento aquí y ahora. Estoy tranquilo y sereno, en paz con el mundo, y sobre todo, conmigo. Esa es la palabra: tranquilo. La felicidad se compone de tranquilidad. Tranquilidad económica, que te permite satisfacer las necesidades básicas. Tranquilidad con tu cuerpo, sin enfermedades. Tranquilidad espiritual, no sientes odio, por nada ni nadie. ¿Que me estoy haciendo viejo? No, sólo estoy aquí, tranquilo y feliz.

Mis compays de meditación

Finalmente, entro en Dinamarca, en donde aprecio algunos cambios. Todo es más solitario, y el paisaje es completamente llano. Bueno, no del todo, más bien es una sucesión de verdes y suaves colinas. Es como estar recorriendo una y otra vez la pantalla de windows XP, pero con algunos árboles y casitas. Cuando esta gente sale del país y ven una montaña, seguro que se hacen pis encima.

Tras 170 km sin ver una gasolinera, empiezo a preocuparme, así que abandono la autopista al ver unas banderitas en un edificio fuera de ésta. Una gasolinera. Lo que os decía de las cosas sutilmente diferentes. Las gasolineras deberían estar en áreas de servicio, pero aquí no. En las áreas hay de todo, menos gasolineras. Para ir a una, hay que salir. Actuar pensando que es como en casa, puede acabar en desastre. Como tampoco he visto nada que se parezca a un hotel, salgo de nuevo de la autopista, pues está a punto de oscurecer. Pongo el GPS en modo de búsqueda de hoteles y me señala uno a... 200 metros de donde estoy. Otro día perfecto.