diumenge, 21 de juliol del 2013

Día 16: Andenes – Sortland


Km.: 111
Me levanto temprano, debo estar pronto en el Whalesafari Andenes. Miro por la ventana y... ¿adivináis? Pues eso. Al parecer, las previsiones que miré por internet no acertaron, y el día que dejé pasar no ha dado resultado, aunque tampoco me arrepiento porque pasé un buen día turisteando. En el centro nos dan una charla sobre el animal que vamos a ver, el cachalote, mientras visitamos su pequeño museo. Yo creía saber bastante sobre él, porque siempre me han interesado estos animales desde que leí Moby Dick cuando era un crío. Sin embargo, aprendí algunas cosas interesantes. Finalizada la charla, nos comunican que a causa del mal tiempo, se retrasa la salida una hora, por consejo del capitán del barco. Las noticias no son alentadoras. Para reponerme del madrugón, paso esa hora extra durmiendo en un sofá del centro, tras lo cual me traslado en moto al muelle.
Llueve a cántaros y el viento arrecia, sin embargo, vamos a zarpar. Me visto para soportar el agua con todo lo que tengo. Al poco de dejar el puerto, parte del pasaje empieza a caer víctima de los mareos. El barco lleva consigo una buena provisión de bolsas para tal contingencia, pero me da que no van a tener suficientes. Subo al castillo de proa desde donde hay mejor visibilidad. Olas de hasta tres metros golpean el casco y el buque cabecea como una cáscara de nuez.
Poco a poco, el pasaje va haciendo uso de las bolsas. El frío aprieta y para pasar el tiempo entablo conversación con uno de los guías. Me confirma que va a ser un día duro para muchos. Al parecer se aburre, porque seguimos con la conversación. Todo el pasaje se compone de familias con crios o parejas y nadie le da palique, así que hablamos sobre mi viaje, sobre cómo no, la crisis en España, y el clima de esta parte del mundo. Me sorprende cuando me señala que en su opinión, la mejor época para visitarla no es julio, sino de mayo a junio. Al parecer, en esos meses las temperaturas oscilaron de 20 a 22 grados, hoy apenas llegamos a 10. Según dice, el mes de julio viene a ser el otoño de por aquí. Lamento mi error, pues está claro que mi información venía con un mes de retraso.
Rastreamos los cachalotes siguiendo su ecolocalizador, que utilizan para guiarse y capturar presas en las grandes profundidades donde se alimentan. Sin embargo, dejan de utilizarlo cuando van a emerger, por lo que debido al oleaje de hoy, perdemos a los dos primeros ejemplares. Finalmente, cuando la mayoría del pasaje ya no está en condiciones de ver nada que no sea el fondo de su bolsa de echar la pota, aparece nuestro cachalote. Como siempre, quien decide si esto mola o no, es cada uno. Las hemos pasado canutas para ver la parte superior de la cabeza cuando respira, parte de su lomo y su cola en el aire cuando se dispone a sumergirse de nuevo.
Si quieres ver bien a un cachalote, mírate un documental del National Geographic. Pero si queres interactuar en su medio natural con un bicho de quince metros y que pesa como una manada de elefantes, si quieres ver y oir cómo respira uno de los animales más magníficos del planeta, ven aquí.

Mi decisión es que mola, por eso he pasado por este suplicio para hacerlo, no quería morir sin ver uno. Uno de los guías me confirma que ha sido uno de los mejores avistamientos de la temporada, porque el animal ha emergido muy cerca de la nave. Además, me vanaglorio de estar entre los tres o cuatro de los más de treinta que debíamos ser, que no se ha mareado, aunque reconozco que en algún momento no me atrevía ni a moverme, pues me veía corriendo a por mi bolsa. Recojo la recompensa a mi heroísmo en forma de caldo caliente, mientras lo saboreo pregunto por el animal, pues me pareció que tenía unos extraños bultos en la cabeza. Iva, una guía croata que habla un español perfecto, me informa que el ejemplar 37, que hemos visto, ha estado muy enfermo y ha perdido mucha grasa. Los bultos eran su cráneo. Para los amantes de los animales, el cachalote 37 parece encontrarse mejor y ya va engordando como una ballena, que es lo que le toca.
Falta una hora para tocar puerto y no se me ocurre mejor manera de pasarla que conversando con Iva. Sus verdes ojos parecen ser la mejor medicina contra el mareo. Hablamos de todo un poco, pero sobre todo, nos reimos de la peculiar idiosincrasia de los meridionales, incluyendo a los croatas, que nos impedirían tener un país como Noruega. Al parecer, en Croacia también cuecen habas. Hablamos de su trabajo aquí, está sufragándose sus investigaciones sobre cetáceos haciendo de guía, lleva más de nueve años aquí, pues se ha enamorado del país. Le pregunto qué se siente durante el aislamiento invernal, empieza a contármelo con una mirada perdida, pero nos interrumpe un pasajero que quiere sopa. Me quedo con las ganas de saberlo, pues reiniciamos la conversación con otro tema. Me entero con sorpresa de que todas las campañas de Greenpeace sólo han servido para que los pescadores noruegos se reboten debido al síndrome de “quién coño eres tú para decirme lo que debo hacer en casa” lo que ha tenido un resultado contraproducente. Según parece, la caza de las ballenas estaba menguando en el país, a causa del progresivo abandono de las actividades tradicionales. Pero ha tenido un repunte como consecuencia del rebote. Hasta Greenpeace está rectificando su abordaje al problema noruego. Con cierta amargura, Iva me confiesa su convicción de que al final vamos a extinguir a las ballenas. Yo amplío esa opinión, creo que al final vamos a extinguirlo todo. Por eso estoy aquí.
Al poco aparece otra guía, esta española, preguntándole a Iva si quiere que la sustituya en el reparto de caldo. Conozco esta táctica, se denomina “librar a compañera de un pelmazo”. Iva contesta que está muy a gusto hablando. ¡Vaya! Me siento encantado de que no me considere un plasta, y seguimos nuestra conversación, entre taza y taza de caldo, hasta llegar a puerto.
A pesar de que la lluvia puede impedirme ver bien el paisaje, decido reemprender la marcha por la carretera del Oeste, que va bordeando la costa de la isla de Andoya. Apenas me cruzo con nadie, atravieso pueblos desiertos en medio de paisajes rotundos, agrestes y de una belleza primigenia. El cansancio de la navegación y la lluvia son suficientes para hacerme desear una ducha caliente, así que desisto de continuar y me propongo buscar hotel en la cercana isla de Langoya. La lluvia está teniendo como consecuencia que me aloje en hoteles con más frecuencia de la recomendable para mi economía, pero es que siempre que llega la hora de retirarme, sólo pienso en duchas calientes. Llego a mi hotel con esa idea en la mente, cuando veo que en el baño, esta vez hay una bañera. Imaginaos el resto.



Hoy todo se conjuga para infundirme un estado de ánimo peculiar, una melancolía crepuscular que conozco bien. Todavía no sé si debería repudiarla, sólo sé que me siento a gusto en ella, pero el poso es amargo. Así que si no quieres saber nada de esto, no continúes. Lo que viene es paja mental en estado puro.
Estoy cometiendo demasiados errores, pues me llevo a casa numerosas fotografías de paisajes pero casi ninguna de la gente con la que me voy cruzando, que es lo que me está resultando verdaderamente enriquecedor. Me gustaría llevarme a gente como Hans e Iva entre mis recuerdos. Ahora es demasiado tarde y lo lamento. Cuando conozco a este tipo de gente, apátridas de todas las nacionalidades que se buscan la vida por todo el mundo, siento una sana envidia, si es que existen envidias sanas. Probablemente es lo que me hubiera gustado hacer, pero nunca tuve cojones. Si, hablando claro, nunca tuve cojones de hacerlo.
No reniego de mi vida en absoluto, he cometido muchos errores y he pagado un precio muy alto por ellos, pero eso me ha llevado a ser quién soy y aunque he tardado mucho tiempo en hacerlo, al final me estoy reconciliando conmigo. Este viaje pretendía ser una recapitulación, una confirmación de mi autoconocimiento, pero me está resultando desconcertante. Tal vez no me conozca en absoluto.
Recorro los sitios velozmente, nunca he dormido dos veces en el mismo lugar. Voy de paso y me dirijo al sol poniente, como el final de un mal western. Sólo que mi western no acaba ahí, porque lo llevo sobre mis espaldas. Cuando veo o leo historias de soledad, me subyugan, quiero ser Jeremiah Johnson, Major Tom, el Lobo Estepario. Pero la inquietante realidad es otra, porque me siento mejor cuando puedo interactuar con las personas. Si no, mi soledad, mis vivencias, en definitiva, mi viaje, pierde parte del sentido, si no todo. Necesito de Tarek, de belgas anónimos, de Hans, de Iva, de tantos otros. Me sorprendo iniciando conversaciones espontáneamente sólo por el hecho de corroborar mi propia existencia, de no sentirme como un espectro deambulando por el mundo de los vivos. Sentir la compañía de alguien, sentir que importo, ni que sea muy poco y por poco rato, a alguien. Me abro sin reparos a la necesidad de cualquiera de sentir que me importa, como Iva. Yo me llevaré sus palabras lo suficentemente lejos, para que no regresen. Soy el jinete que cabalga hacia el horizonte y que no van a volver a ver jamás. Nunca pensé que me sentiría así, tan solo.

Escribo demasiado. Temo que eso me impida observar, pero lo cierto es que sigo observando para escribir.

1 comentari:

  1. Hola Pradell, por tus kilometrajes es evidente que tu viaje en moto ya va a menos, pero por tus "pajas mentales" es más evidente que tu viaje interior va in crescendo. Sigue viajando amigo. No dejes de sentirte.
    Y por cierto, si tu vida es así es porque tiene que ser así. No intentes cambiarla. Simplemente cambia tu forma de percibirla, porque en esencia es maravillosa. Como toda vida. La tuya también.
    Animo amigo¡¡¡
    Una abraçada
    Xavi
    PD: No dejes las buenas costumbres. Espero que de vez en cuando enseñes a la cultura de estas latitudes buenos modales y hagas un buen eruptillo y alguna que otra liberación espontanea o no de gases (cosa dolenta fora del ventre).

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