Km: 107
Me
levanto después de una noche agitada, me he despertado cien veces pero no
obstante me siento descansado por haber dormido más de ocho horas, creo yo que
por vez primera desde que empecé este viaje. El mero hecho de despertarse aquí es una experiencia
inenarrable.
Quien me conoce ya sabe que mi humor no mejora hasta que llevo
despierto quince o treinta minutos, pero aquí, se me dibuja una sonrisa en la
cara al primer minuto. Me dispongo a tomarme el desayuno sentado en mi roca
preferida observando como el sol arranca reflejos del agua que circunda los
numerosos islotes que componen esta franja de costa que es hoy mi casa. Desmonto
el campamento con pereza, se que hoy voy a abandonar Lofoten y malditas las
ganas que tengo. Por alguna razón, tengo la impresión de que aquí es donde
termina realmente mi viaje, el resto va ser sólo la paja sin el grano, las
canciones de relleno del CD. La obra maestra ya está hecha. Decir eso cuando
queda Geiranger, Trollstigen y la Atlantic Road puede parecer una osadía, pero
yo ya he estado en esos lugares, tan sólo tengo interés en repetirlos sobre la
moto. Y según como vaya de tiempo y dinero, puedo prescindir de alguno. Más
allá de Noruega, sólo me queda el descenso hacia el Mediterráneo, a no ser que
me queden fuerzas, ganas e intendencia para acercarme a los Alpes. De todos
modos, siento el final cerca. Me aproximo a la orilla del mar y me pongo la
canción recurrente en este viaje, “An ending” de Brian Eno. La conjunción del
maravilloso paisaje, el arte de Eno y mi sensación de apoteosis provocan que
mis ojos se humedezcan, y lo digo sin rubor alguno. Una parte de mi corazón va
a quedarse en esta franja de costa entre Senja, Andoya y Lofoten.
Monto
en la moto con ese cúmulo de sensaciones, teniendo bien claro que voy a perder
el ferry de las 14 h hasta Bodo. Por una parte excelente, porque me va a
permitir disfrutar tranquilamente del camino hasta Moskenes, por otra, sé que
no sale otro hasta las 19:30, lo que significa que llegaré a Bodo a las 23:30. Eso
complicará la búsqueda de alojamiento. Decido que me importa un bledo, en todo
caso, volveré montar mi tienda en cualquier parte. Me detengo en Moskenes para
saborear otra hamburguesa de pescado en el mismo sitio en que ayer una gaviota
la compartió conmigo, para después dejar la moto en la cola del ferry y
prepararme para una larga espera mientras escribo este relato.
Cuando el ferry zarpa, me dirijo a cubierta
desde donde puedo observar por última vez Lofoten. Son muchos los pasajeros que
deambulan por aquí, apuntando con sus cámaras a todas partes. Me fijo en que no
miran nada que no sea a través de sus objetivos, disparan y apartan la vista
hacia otro lado. Yo tan sólo puedo mirar. Observo a otro pasajero, la mirada
perdida en su propia ensoñación. Este es de los míos. No tengo ganas de hablar
con nadie, ni de ver a nadie. Me doy la vuelta y dejo pasar el tiempo apoyado
en la borda, esperando la visita del sol de medianoche en todo su esplendor. Estoy
aquí, de pie, mientras dejo que el horizonte y Lofoten se fundan, en la
lejanía.
Ningú et comenta res, pero suposo que tothom està tan impressionat com jo amb tot el que ens expliques i ens ensenyes...
ResponEliminaGràcies per compartir-ho i enhorabona. Enveja sana!!!
Pero lo millor no us ho he dit... que fresquet que s'esta aquí!
EliminaUna abrasada (no tinc accents ni c trencada aqui, tu...)
Si Ramon, estem tots enganxats a l'aventura, i al menys en el meu cas, si no he de millorar el que aquest bon noi explica, estic millor calladeta.
ResponEliminaPetons nene!