Km: 303

Reanuda la marcha y pasa por mi lado agradeciéndome con un gesto mi deferencia y indicándome, con el pulgar arriba, “lo que hemos visto, chaval”. Le devuelvo el gesto. Voy a subir a la moto, pero veo que el alemán se ha detenido y viene en mi dirección. “Hola, ¿cómo estás?” me saluda en español. Ahí se acaba el castellano de Peter, prosigue en inglés y me ofrece enviarme por correo electrónico las fotos y videos de los renos que ha podido conseguir. Me comenta que lleva todo el viaje de descenso del Cabo Norte esperando ver renos y no ha podido ver ni uno hasta ahora. Agradezco el gesto de Peter, y subo a la moto pensando en lo que acaba de suceder. He tenido respeto y he recibido agradecimiento. Qué bien iría todo si tuvieramos un poco más de las dos cosas.
Prosigo la ruta, difrutando como nunca del paisaje a pesar de las intermitentes
lluvias. En un momento en que me paro para fotografiar el enésimo lago, trato
de ajustarme mejor el traje de agua. Mientras estoy agachado en la maniobra, me
golpeo el casco varias veces con el manillar de la moto, y me sorprendo riendo
y diciéndole que pare ya de gastarme bromas. Por un segundo, pensé de verdad
que estaba viva. Ya avisé de que eso pasaría.
Me detengo a repostar y al sacar mi cartera para
pagar veo la foto de Marta que siempre llevo conmigo. Siempre está ahí, pero
esta vez la he visto de otra manera. Una oleada de emoción me invade y por
primera vez me siento realmente lejos de ella, demasiado lejos. Quisiera
tenerla ahora a mi lado y abrazarla. Me percato de que este va a ser un efecto
inesperado de la distancia y la soledad. Tengo el presentimiento de que todo lo
que siento se me va a ir mostrando en momentos como este. Justo lo que quería.
Al poco de reanudar la marcha, entro en una zona de
la carretera que está en obras, han levantado todo el asfalto y la carretera no
es más que un barrizal lleno de charcos, gravilla y piedras. Al poco rato me
cruzo con otro motorista que con un gesto de la mano viene a decirme “lo que te
queda por pillar, macho”. No puedo creerme que esto vaya a durar mucho rato, es
como circular por una pista forestal, si lo sé me traigo la XR650, maldita sea.
La moto se defiende de maravilla, pero no es su terreno y sufro porque estoy
convencido de que está quedando hecha una mierda. Temo sufrir un pinchazo o
algo peor, salvo la caída en un par de
ocasiones, una de ellas al esquivar un camión que avanza en mi dirección a todo
trapo desplazando toneladas de barro. Menudo cabronazo. Algún que otro sueco
hijo de su madre tenía que haber. El suplicio, bajo una lluvia torrencial ahora
ya sin pausa, dura más de 30 km. Cuando consigo salir del infierno me detengo
al margen de la carretera y miro desolado el estado de la moto. Pienso que no
debería haberla llevado hasta aquí, recuerdo como hace un momento le estaba
hablando alegremente y ahora me apena verla en ese estado. Yo no estoy mucho
mejor, así que valoro la posibilidad de detenerme en la próxima localidad si
encuentro alojamiento y finalizar allí el recorrido. Esto tal vez me impedirá llegar
mañana al Cabo Norte como tenía previsto, porque aún faltan 600 km. y todavía no
los he podido completar ni un sólo día en Suecia.
Consigo una cabaña bastante destartalada en un
camping de la afueras, y le pregunto a la dueña del camping, una lapona recia
de mediana edad y de aspecto bondadoso, si tiene algo de comer, pues en todo el
día sólo he comido el desayuno del hotel y poco más. Me dice que no en un
principio, aunque luego parece pensárselo y se ofrece a prepararme un bocadillo
y un té con leche. Por un momento me siento emocionado con el gesto de esa
desconocida señora, por supuesto que acepto el ofrecimiento, pensando que es ya
la cuarta vez que alguien me ofrece su ayuda o solidaridad en este viaje. No sé
si por el hecho de ser de un país para
ellos tan lejano me ven como alguien muy desvalido o si realmente estoy tan
hecho polvo que despierto un sentimiento de lástima en la gente. Tal vez yo no
me doy cuenta y realmente sea una persona desvalida en un país extraño,
embarcado en un viaje que se empeña en ponérmelo cada día más difícil, un
destino tan cercano y a la vez tan lejos aún. Mientras espero que la señora me
prepare el más delicioso bocadillo de salami con queso del mundo, vuelvo a
recibir malas notícias de casa. Aquí, a 5000 km., me encuentro con desconocidos
que me tienden la mano, mientras en casa, personas a quienes he tratado lo
mejor posible, me apuñalan por la espalda.
Sigo avanzando hacia el Cabo Norte, y creo que las
preguntas que buscaba al iniciar este viaje, están tomando forma. Y no sólo
eso, sino que también intuyo sus respuestas.
:)
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