dimarts, 16 de juliol del 2013

Día 10: Jokkmokk – Karesuando


Km: 303
Salgo del hotel a la hora habitual: tarde. Tenía que cumplir con el desayuno. Mientras estoy cargando el equipaje, empieza a llover. Al parecer, hoy está previsto un día variable, de esos que en los mapas del tiempo ponen una nubecilla con lluvia i un solecito encima. En el Mediterráneo, eso puede no significar nada, pero aquí significa que vas a tener todo eso, en distintas intensidades y con frecuencia aleatoria. Así que a pesar de que vuelve a salir el sol, no estoy dispuesto a ser pillado en bragas de nuevo: monto el aparejo de lluvia en la moto y me visto con el traje anti-radiación. En la gasolinera compruebo el nivel de aceite, otra vez bajo. No es normal que la bicha me coma tanto aceite, espero que no sea indicativo de algún problema peor. Al reanudar la marcha, empieza otra llovizna. Aquí la lluvia es fina pero densa y persistente, si te pilla te empapa en un minuto, pero hoy voy bien equipado. Lamentablemente, con lluvia me veo obligado a reducir el ritmo. Como contrapartida, voy más relajado y realmente estoy disfrutando de la conducción. Saliendo de una curva me encuentro con un coche detenido en el arcén. Observo que está justo al lado de un grupo de tres renos. Creo que si paso con la moto puedo asustar a los renos y joderle el día al turista, así que me detengo y paro el motor. Como ya me perdí ayer un grupo de renos, aprovecho para sacar un par de fotos, pero no estoy tan bien situado como el alemán.
Reanuda la marcha y pasa por mi lado agradeciéndome con un gesto mi deferencia y indicándome, con el pulgar arriba, “lo que hemos visto, chaval”. Le devuelvo el gesto. Voy a subir a la moto, pero  veo que el alemán se ha detenido y viene en mi dirección. “Hola, ¿cómo estás?” me saluda en español. Ahí se acaba el castellano de Peter, prosigue en inglés y me ofrece enviarme por correo electrónico las fotos y videos de los renos que ha podido conseguir. Me comenta que lleva todo el viaje de descenso del Cabo Norte esperando ver renos y no ha podido ver ni uno hasta ahora. Agradezco el gesto de Peter, y subo a la moto pensando en lo que acaba de suceder. He tenido respeto y he recibido agradecimiento. Qué bien iría todo si tuvieramos un poco más de las dos cosas.
Prosigo la ruta, difrutando como nunca del paisaje a pesar de las intermitentes lluvias. En un momento en que me paro para fotografiar el enésimo lago, trato de ajustarme mejor el traje de agua. Mientras estoy agachado en la maniobra, me golpeo el casco varias veces con el manillar de la moto, y me sorprendo riendo y diciéndole que pare ya de gastarme bromas. Por un segundo, pensé de verdad que estaba viva. Ya avisé de que eso pasaría.
Me detengo a repostar y al sacar mi cartera para pagar veo la foto de Marta que siempre llevo conmigo. Siempre está ahí, pero esta vez la he visto de otra manera. Una oleada de emoción me invade y por primera vez me siento realmente lejos de ella, demasiado lejos. Quisiera tenerla ahora a mi lado y abrazarla. Me percato de que este va a ser un efecto inesperado de la distancia y la soledad. Tengo el presentimiento de que todo lo que siento se me va a ir mostrando en momentos como este. Justo lo que quería.
Al poco de reanudar la marcha, entro en una zona de la carretera que está en obras, han levantado todo el asfalto y la carretera no es más que un barrizal lleno de charcos, gravilla y piedras. Al poco rato me cruzo con otro motorista que con un gesto de la mano viene a decirme “lo que te queda por pillar, macho”. No puedo creerme que esto vaya a durar mucho rato, es como circular por una pista forestal, si lo sé me traigo la XR650, maldita sea. La moto se defiende de maravilla, pero no es su terreno y sufro porque estoy convencido de que está quedando hecha una mierda. Temo sufrir un pinchazo o algo peor,  salvo la caída en un par de ocasiones, una de ellas al esquivar un camión que avanza en mi dirección a todo trapo desplazando toneladas de barro. Menudo cabronazo. Algún que otro sueco hijo de su madre tenía que haber. El suplicio, bajo una lluvia torrencial ahora ya sin pausa, dura más de 30 km. Cuando consigo salir del infierno me detengo al margen de la carretera y miro desolado el estado de la moto. Pienso que no debería haberla llevado hasta aquí, recuerdo como hace un momento le estaba hablando alegremente y ahora me apena verla en ese estado. Yo no estoy mucho mejor, así que valoro la posibilidad de detenerme en la próxima localidad si encuentro alojamiento y finalizar allí el recorrido. Esto tal vez me impedirá llegar mañana al Cabo Norte como tenía previsto, porque aún faltan 600 km. y todavía no los he podido completar ni un sólo día en Suecia.
Consigo una cabaña bastante destartalada en un camping de la afueras, y le pregunto a la dueña del camping, una lapona recia de mediana edad y de aspecto bondadoso, si tiene algo de comer, pues en todo el día sólo he comido el desayuno del hotel y poco más. Me dice que no en un principio, aunque luego parece pensárselo y se ofrece a prepararme un bocadillo y un té con leche. Por un momento me siento emocionado con el gesto de esa desconocida señora, por supuesto que acepto el ofrecimiento, pensando que es ya la cuarta vez que alguien me ofrece su ayuda o solidaridad en este viaje. No sé si  por el hecho de ser de un país para ellos tan lejano me ven como alguien muy desvalido o si realmente estoy tan hecho polvo que despierto un sentimiento de lástima en la gente. Tal vez yo no me doy cuenta y realmente sea una persona desvalida en un país extraño, embarcado en un viaje que se empeña en ponérmelo cada día más difícil, un destino tan cercano y a la vez tan lejos aún. Mientras espero que la señora me prepare el más delicioso bocadillo de salami con queso del mundo, vuelvo a recibir malas notícias de casa. Aquí, a 5000 km., me encuentro con desconocidos que me tienden la mano, mientras en casa, personas a quienes he tratado lo mejor posible, me apuñalan por la espalda.
Sigo avanzando hacia el Cabo Norte, y creo que las preguntas que buscaba al iniciar este viaje, están tomando forma. Y no sólo eso, sino que también intuyo sus respuestas.

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