km.: 345
Parto en otro lluvioso día (y van...) en
dirección a Stokmarknes. Hans me recomendó tomar un buque de la Hurtigruten,
una espece de expreso marítimo, parte fundamental de la historia de la zona y
ahora más dedicado al turisteo. Pero justo ahí, en Stokmarknes, parte hacia el
Trollfjorden, un fiordo absolutamente espectacular, con muros de piedra que se
precipitan hacia el mar en un fiordo que sólo tiene 70 metros de ancho... y el
buque pasa por ahí. Suena bien. Llego a la ciudad después de recorrer la isla
por su costa Oeste, espectacular.
En Stokmarknes me dirijo al museo
Hurtigruten. No parece haber nadie, sólo cuatro turistas despistados. Al
parecer, en el edificio también hay un cine, un hotel y un museo, de todo menos
vida. Me siento algo perdido, otra vez con el síndrome de las cosas familiares
que son en realidad diferentes. No tengo ni idea de a quien preguntar, así que
me dirijo a la primera señora que veo. Me remite a la salida de la ciudad, en
un edificio llamado turist-no-se-que. Atravieso de nuevo el puente que lleva a
la ciudad. En el turist-no-se-que, una chica con pocas ganas de trabajar,
responde a mi pregunta de cómo conseguir billetes para el barco mirándome como
si le hubiera pedido permiso para bailar claqué sobre el mostador. Cuando
conseguimos entendernos, me dice que allí no gestionan nada de esos buques y
que vaya al muelle y pregunte en el barco. Me parece raro, pero cruzo el jodido
puente por tercera vez y me dirijo al muelle. Una valla cerrada luce un cartel
que invita a los que quieran abordar el barco con su vehículo a que se dirijan
a la vuelta de la esquina. Doblo esa esquina y allí no hay nada. Avanzo por el
muelle, del Huntigruten desembarca una legión de jubilados, parece que saben
muy bien qué hacer y se dirigen a la ciudad atravesando un corredor. Entro en
el corredor con los jubilados, pero es sólo eso, un corredor que me devuelve a
la verja de partida. Me siento un gilipollas recorriendo el muelle de carga de
Barcelona con la intención de comprar un billete para Corfú. Cuando pienso que
ya he hecho suficientemente el idiota me dirijo a mi moto. Este es un viaje en
moto, ¿no? A la mierda el barco del inserso. En un pais tan organizado como
este, le doy un suspenso al Hurtigruten. Probablemente tengas que comprarte el
billete en cualquier otra parte y llegar al muelle con él en los dientes.
Seguro que mi estilo basado en la absoluta improvisación tampoco es el mejor
para casos como este. Para ser incero, mientras venía hacia aquí me daba cuenta
de que lo que tenía ganas de hacer hoy era ir en moto, o sea que mis plegarias
han sido escuchadas. Pongo rumbo a Harstad, cruzando el puentecito por cuarta
vez, afortunadamente ya sin lluvia. La carretera es rápida y revirada, una
auténtica gozada. Disfruto de las sensaciones que me produce la moto al
conducir entre este paisaje.
En Harstad hago una visita relámpago al centro de
la ciudad, está desierta, está claro que las seis y media no es la hora de irse
de marcha por aquí, si es que hay alguna. Saliendo de Harstad se produce un
fenómeno inesperado.
De repente, la capa de nubes que lleva
acompañándome desde Sunne en Suecia, hace ya un siglo, desaparece por completo.
¿Qué es eso? ¡El Sol! ¡Y yo que me pensaba que se había ido a otra galaxia!
Hacía más de diez días que no veía tal cantidad de cielo abierto. Con una
sonrisa de oreja a oreja sigo conduciendo, es tarde, pero no me bajaría de la
moto jamás. Se suceden paisajes increibles tras cada curva, me estoy acercando
a Lofoten, según dicen, los paisajes más maravillosos de Noruega. Con lo que he
visto hasta ahora, no puedo ni imaginarme lo que me espera. Helado, consigo
llegar a Svolvaer, la base desde donde exploraré Lofoten sobre mi w800.
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