Km: 202
Me tomo el día con mucha calma para asentar las
emociones vividas ayer, me levanto tarde y desayuno bien. Abandono la
habitación al punto del mediodía, pero me quedo en el hall del hotel para poner
al día el blog. No tengo ninguna prisa por marcharme, esa es la verdad. Salgo
del hotel en busca de mi moto, absorto en mis pensamientos cuando oigo que
alguin me saluda en español. Me doy la vuelta y me encuentro con la camarera
del Artico Bar, la de preciosos ojos oscuros. Le comento que seguí su
consejo y fui al Cabo Norte ayer, comentamos la experiencia y nos despedimos
con un “Bon Viatge”. Olvidé preguntarle su nombre, me
hubiera gustado saberlo. Me he sentido bien cuando me ha saludado, estando yo
en la luna como estaba, podía haber pasado por mi lado sin que yo me enterase.
Pequeños detalles como este son los que convierten un día normal en algo mejor.
Mientras estoy cargando la moto me doy cuenta de que
un joven de aspecto pakistaní me está observando. “¿De vuelta a casa?” le
pregunto al ver que lleva una bolsa de viaje. Tiene aspecto de inmigrante de
vacaciones. Me contesta que no, que piensa volver al Cabo Norte, dado que la
entrada al recinto es de dos días. Le comento que yo desistiré de ir de nuevo,
las sensaciones fueron tan intensas ayer que prefiero guardar eso como recuerdo
y no tergiversarlo con una segunda visita. Para mi sorpresa, me dice que ya
tuvo ocasión de verme. Al parecer, en cierto momento dudó sobre si pedirme que
le hiciera una fotografía, pero al verme tan concentrado en mis sentimientos
prefirió no molestarme. Agradezco el gesto que tuvo, pero le digo que en otra
ocasión haré esa fotografía. Nos despedimos encajando las manos, tengo la
certeza de haberme topado con una persona muy sensible. Le deseo lo mejor.
Ayer sentí algo, extraño e intenso. No tenía mucho
que ver con el lugar, aunque ciertamente la fantasmagórica luz del sol de
medianoche creaba el entorno adecuado. Tal vez el cansancio de tantas horas de
moto para llegar aquí también ayudara a construir esas sensaciónes que tuve, me
sentí aislado de lo que me rodeaba, atemporal, en otro mundo. Hoy no estaba
seguro de que eso hubiera sido real. Tal vez por eso apareció el pakistaní para
confirmármelo. Temo darme la vuelta y que ya no esté.
Reposto aquí, en Honningsvag, donde aprovecho para
tomar un café. Estoy en un estado de calma total cuando se me acerca un noruego
embelesado por mi moto. En el estado en que está y aún atrae miradas. Después de
deshacerse en alabanzas, al final me dice que le encanta y que me la compra.
Lee rápidamente en mis ojos: mi moto no se vende, ni por todo el oro del mundo.
Al poco, dos alemanes abandonan sus BMW para venir también a verla, a los que
se suma un tercero. ¿Me imagináis henchido de orgullo? Pues acertáis. Parece
como si la moto, después de haber regresado de Cabo Norte, esté envuelta en un
aura especial. La misma que me envuelve a mí.
Emprendo la marcha, de regreso por el camino que
hice a la ida. Aprovecho para admirar el paisaje que ayer, con el piñón fijo en
llegar, había pasado por alto. Por el camino me cruzo con un montón de moteros
en su camino de ida, los saludo como es habitual, pero hoy me siento diferente.
Ayer yo era tan sólo un novicio ansioso por llegar que saludaba a los maestros
en su regreso. Hoy me siento como si hubiera cursado un máster sobre alguna
cosa que no está al alcance de cualquiera, como si estuviera ocupando una plaza
a la que el resto todavía está opositando. Hoy me siento sabio y así saludo a
los novicios que suben: uves, saludad al maestro. No sólo he cubierto un hito
motero. Alguna cosa me ha pasado en Cabo Norte.
Cambio de dirección hacia Alta, alcanzo una zona de obras en donde me da el
alto una pelirroja imponente con un pirulí rojo. Si, señores, allí en donde
nosotros ponemos un tio feo, esta gente pone una pelirroja. Para matar el
tempo, le pregunto que tan lejos queda Tromso. Con un mohín encantador, me
responde que esa es una pregunta demasiado difícil para hacerle a una mujer,
calcular una distancia... Le propongo que lo haga como los pescadores,
extendiendo los brazos.''Hasta Alta así--cosa de un palmo--, hasta Tromso así"–extiende los brazos. Hacia Alta, entonces.
Finalmente, la pelirroja me deja
continuar mi camino y llego a Alta, dónde encuentro alojamiento en una cabaña
más que decente, atendido por una joven mucho más guapa de lo que se piensa,
aunque creo que no lo sabe porque no es alta ni rubia. Me indica un lugar para
lavar la moto. Estoy con el chorro un buen rato sobre los cromados, la maldita
arena de las carreteras suecas se ha pegado como cola de contacto, creando una
pasta infame con la bírria de grasa que tengo para la cadena.
La dejo en un estado que, ahora sí, da gusto
mirarla. Si la viera ahora el noruego de esta mañana, sería capaz de asesinarme
por ella. En eso pensaba cuando escucho un motor que se detiene a mi lado. Es tipo sobre una Triumph. Nos quedamos mirando los dos y asentimos a la vez con la
cabeza, nos hemos entendido. Le comento que la maravila que está viendo me ha traido
desde España. Se mueve para mirar la matrícula y vuelve a asentir.
Vuelvo a la cabaña, la moto da la sensacion de que
es otra, como si le hubiera insuflado vida. Mañana toca lucirla por la mítica
carretera E6.
"Si, señores, allí en donde nosotros ponemos un tio feo, esta gente pone una pelirroja. " Jajajaja!
ResponEliminaLa millor manera que conec per fer-te aturar a unes obres. Si una tia així et diu que paris, t'asseguro que pares :-)
EliminaI potser et repenses tornar a posar-te en marxa! XD
ResponElimina