dissabte, 6 de juliol del 2013

Día 1: Sant Joan - Le Caylar

Km: 383
Al partir, mientras veo a Marta empequeñecer en mi retrovisor, me sorprendo llorando. Ya os avisé, esto podía ponerse sentimental. Es muy extraño, no puedo decir que haya viajado poco, pero...  ¿llorar? Eso no me había pasado antes. Excitación, nerviosismo, euforia, todo eso he sentido en el momento de iniciar un viaje. Pero esa mezcla de sentimientos que han hecho brotar mis lágrimas, es algo nuevo. Este viaje es diferente, sin duda. Al poco rato, estoy gritando dentro de mi casco, es algo que debería estar en todos los libros de autoayuda, sección “Liberarse del estrés”, capítulo uno, apartado uno, página uno.
A partir de aquí, poco más que a-bu-rri-mien-to en las autopistas, con la excepción de algunas vistas de las marismas entre Perpinyà i Narbona. Enfilo rumbo a Millau, donde espero cruzar su viaducto, el más largo de Europa. Viendo lo mal que voy de tiempo, decido detenerme en el primer hotel de carretera que encuentre... pero no encuentro, así que salgo de la autopista en un lugar llamado Le Caylar, del que sorprende que hayan podido situarlo en un mapa. Sin embargo, encuentro allí un hotel. Del pueblecito, no hay mucho que decir, excepto dos cosas: tiene su propio árbol de los muertos, mucho antes de que saliera en “300”, y se puede comer cojonudamente en un lugar atendido muy amablemente por la que tal vez sea la chica más hermosa de esta parte de Francia.
Allí estoy, en una terraza en ninguna parte, viendo una puesta de sol. Sonrío como un bobo pensando que estoy en el mejor sitio del mundo, sin importarme el hecho de que para el resto de comensales tan sólo soy un memo que se ríe solo.

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