dissabte, 13 de juliol del 2013

Dia 8: Ratan – Dorotea


Km: 240
Me levanto todavía con el mal cuerpo del día de ayer, así que para distraerme, limpio un poco la moto antes de partir. Verla brillar de nuevo me reconforta. Observo que no se ve aceite en la ventanita que a tal efecto tiene al lado del motor. Es evidente que las largas horas de autopista han provocado un consumo de aceite mayor del previsto. Afortunadamente, a la salida del pueblo hay una gasolinera. Le compro una especie de caviar oleoso, super-extra-no-sé-qué, lo mejor para mi niña, espero que los días transcurridos con poco aceite no hayan afectado a la mecánica. Me prometo revisar más a menudo este punto.
No he desayunado, así que tras un centenar de quilómetros decido que es el momento de cuidarme yo. Atento a los indicadores de la carretera, encuentro uno que me llama la atención. Publicita un Café a 2 quilómetros de mi posición, pero lo que me llama la atención es el propio cartel. Está decorado con ilustraciones de aspecto naïf: una tacita y un pastel tal y como hubieran salido en un cuento de las tres gemelas. Sé que quiero ir ahí. Otro cartel con similares dibujitos me instan a abandonar la carretera y adentrarme en un pequeño pueblo en donde encuentro el lugar. Ahora ya sé qué tipo de sitios son los Cafés aquí, así que entro en la casa, y en lo que parece la cocina me atiende la família que lleva el negocio. Una joven que habla inglés me aconseja vafflor, con una mermelada típicamente sueca. Acepto la sugerencia por lo de típicamente sueca y me siento en el jardín, esperando mi vafflor y mi café con leche. Antes de marcharme, me piden que escriba algunas palabras en su libro de invitados, observo que es algo que piden a los que venimos de paso desde la carretera. No sé por qué me siento emocionado, y en deuda con esta gente. De algún modo, mientras estoy sentado aquí, en la quietud y el silencio, oyendo su conversación en ese idioma élfico siempre a media voz, me redimo de mis anteriores pecados. Vuelvo a estar en el viaje. Es posible que existan otras Suecias como sugieren las novelas de Stieg Larsson, pero también la que crea lugares como este. Si pudiera, no me movería de aquí.

Al retomar el camino, observo con preocupación los negros nubarrones que se acercan desde el Este. En pocos minutos, el cielo se tiñe de gris. Me sorprende la velocidad con que esto sucede, como en la alta montaña, el tiempo aquí puede cambiar en pocos minutos. Tal vez debería detenerme de nuevo y preparar todo el aparejo de lluvia, pero recuerdo en este momento las palabras de mi buen amigo Xavi, al pensar positivamente se atraen cosas positivas, mientras que al pensar negativamente, lo contrario; así que no paro de pensar que la lluvia no me alcanzará a pesar de que la dirección que toma la carretera me lleva justo al centro de la negrura. Por suerte, en un cruce, la E45 cambia de dirección y se sitúa en un rumbo paralelo al límite de la tormenta, en una tierra de nadie que en cualquier momento puede tomar partido. Pienso que tal vez Xavi tenga razón, sea como sea, de este modo gano tiempo. Desgraciadamente, un nuevo cambio de rumbo me lleva de nuevo a la tormenta. Empiezan a caer las primeras gotas, así que me detengo rogando tener el tiempo suficiente para organizarlo todo. Tal y como tengo montado el tinglado, necesito de bastante tiempo para ello, debo deshacer las pack-safe que rodean mis inadecuadas maletas de cuero, alcanzar las fundas de mochila que pienso utilizar para cubrirlas y cerrar las pack-safe de nuevo. Luego, ponerme el traje de lluvia. Para cuando termino con las maletas, la lluvia se ha convertido en torrencial, y me pongo el traje de lluvia ya calado hasta los huesos. No puedo dejar de pensar que en ocasiones la filosofía de Xavi presenta serias lagunas. Existe una más antigua que preconiza lo de “a Dios rogando pero con el mazo dando” que me hubiera dado mejor resultado. Reanudo la marcha en medio del diluvio, pero en un momento me quedo literalmente ciego a causa del vaho que empaña mi visera. Soluciono el peligroso problema abriéndola unos milímetros. Ríos de agua se escurren por dentro de la misma pero al menos puedo ver. Me pregunto qué más puede salir mal. Mala pregunta cuando tiene respuesta. Con una rápida mirada veo que el GPS se ha parado. Traté de cubrir el enchufe de mechero donde lo conecto con un plástico, pero bajo ese monzón asiático lo hice rápido y mal. Con el viento, el plástico se ha movido dejando el enchufe al descubierto. Sé lo que puede estar pasando a causa de una experiencia similar en un viaje a la Toscana, donde la mezcla de agua, electricidad y los metales del interior del mechero crearon un ácido que amenazaba con destruirlo todo. Me urge encontrar un techo donde guarecerme i poder arreglar esto. Bajo esta cantidad de lluvia, detenerme sólo empeorará las cosas, así que cubro con mi mano izquerda la conexión y en esta forzada postura, prosigo en busca de refugio. Como suele suceder, estoy en medio de la nada y eso es lo que encuentro: nada. Pasan los minutos y la lluvia no cesa. Mi empapada chaqueta de cordura ha funcionado durante un rato como un traje mojado de submarinismo. Si el agua del interior no se renueva, acaba calentándose con el calor del cuerpo y la sensación de frío desaparece. Pero el gélido aire que produce el avance de la moto está enfriando lo que desde dentro trato de calentar, y estoy perdiendo esa batalla. Me veo aquí, tiritando de frío, cubriendo la conexión con la mano izquierda y conduciendo con una sola mano, con la visera levantada unos milímetros y el interior del casco empapado. Pero extrañamente, no me siento desesperado. Finalmente aparece ante mi una solución de compromiso: una pequeña caseta como otras que he visto en el camino y que parece una garita de autobús.
 Paro la moto junto a la puerta, salto al interior y desde dentro trabajo en la moto para solucionar el desastre. Observo aliviado que no se ha producido ácido, seco el enchufe y me preparo para hacer el McGiver con lo poco de que dispongo: kleenex, un plástico, unas gomas, una navaja suiza y mi ingenio. Terminadas las obras, enciendo el GPS y... ¡eureka!. Veo que no me he desviado de la ruta, así que prosigo hasta encontrar una gasolinera. Al descender de la moto, agarrotado por el frío, se me engancha el pie en el equipaje trasero y la moto está a punto de caérseme encima. La aguanto con el cuerpo y consigo que no se caiga, pero el soporte del retrovisor e improvisado soporte del GPS se afloja y queda libre. No parece roto, pero no estoy muy seguro. Mierda, mierda y mierda. Tengo que desmontar media moto para llegar a las herramientas y consigo arreglar el maldito retrovisor. Mientras, despierto la curiosidad de un sueco gigantesco que ha venido a repostar y en el inglés más raro que he oido nunca, me pregunta por la moto y por mi viaje. Deduzco más que entiendo que en tiempos tuvo una Royal Enfield con la que se fué a Rumanía, aunque tal vez Rumanía y la Enfield forman parte de dos historias diferentes que me está contando. Se marcha deseándome suerte, pero hoy no es mi día. Al parecer, el lector de tarjetas que se utiliza para repostar (muchas estaciones de por aquí están desatendidas) acaba de estropearse ahora mismo, me lo corrobora otro sueco que es incapaz de solucionar el desaguisado, pero me apunta que hay otra estación de servicio más adelante. Recojo los bártulos y me dirijo hacia allí.
De nuevo en la carretera, decido en un principio no parar hasta vaciar el tanque, porque en comparación con las distancias de por aquí, hoy aun no me he movido del sitio. Sin embargo, después de 100 km decido por una vez escuchar mi sentido común, que me aconseja buscar alojamiento y dar el día por finalizado. Encuentro un camping en el pueblo de Dorotea (el nombre es así, tal cual), a las puertas de la Laponia sueca, en donde consigo una cabaña miserable provista de una simple cama, pero no hay otra cosa. Con el día que he tenido, me parece una suite del Hilton. El recepcionista me pregunta si he hecho muchos quilómetros hoy, a lo que le contesto que no, por la lluvia, los problemas eléctricos y que ya estaba hasta los... “y te preguntas qué coño haces aquí” me interrumpe riendo.

Mientras me como una hamburguesa gigante en el pequeño bar del camping de Dorotea, pienso que en realidad ha sido un día cojonudo. El único modo de cambiar la dinámica en que me encontraba ayer ha sido enfrentarme a tal cantidad de problemas e incomodidades que no he podido pensar en otra cosa. Recuerdo la sensación de triunfo, en una caseta abandonada en medio de ninguna parte bajo una lluvia torrencial, al terminar mi pequeña chapuza con el conector del GPS. Me sentí como si hubiera terminado un Picasso. No hubo aplausos ni palmaditas en la espalda. Estaba sólo. Pero más vivo y decidido que nunca. 
Pienso que hoy me hubiera ahorrado muchos problemas de haber seguido las tres máximas del viaje con éxito: previsión, previsión y previsión. También, de haber planeado el viaje en un año en vez de en quince días, llevaría un GPS de automóvil integrado, unas maletas duras estancas y quién sabe qué más. Pero llevar mi equipaje atado a lomos de una modern classic como la w800 me hace sentir como Ted Simon dando su vuelta al mundo en una Triumph en los setenta, salvando las diferencias. Y eso no se paga con dinero.

4 comentaris:

  1. Ricard, ya sabes que en temas de lluvia en moto, tras dos malas experiencias, quedamos en que nunca más me harias caso. Sigue y seguiremos tu intuición.
    Me gusta mucho la reflexión de hoy, mientras estes con la belleza del viaje o con sus incomodidades, simplemente vívelas. Sin juzgar, solo actua. Con eso tu cabeza está en eso y no en modo pasado o futuro. Eso es la vida.
    Sigue hacia el Norte
    Un abrazo
    Xavi

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  2. Nadie dijo que sería fàcil, Ricard. Ya sabes que mi experiencia en motos de gran cilindrada se limita a aquella vez que, estando tú enfermo, me cediste la tuya (no recuerdo ni marca ni modelo) sin tener yo más carné que el de federado de golf, por lo que no puedo juzgar si tu preparación para este viaje ha sido o no la adecuada. Pero, tal y como apunta Xavi, coincido en que tu reflexión ante tales circunstancias es la mejor.
    Sigue con lo tuyo, disfruta del momento minuto a minuto y no dejes de contarnos tus aventuras.

    PD: ¿Podrías recordarme que moto fue aquella que me cediste durante unas dos semanas? Aquella con la que me pilló la Guardia Civil y que, milagrosamente, salí indemne de sanción con la frase: ¿Usted señor, nunca lo hizo de joven?... A lo que contestó la venemerita: "Sí chaval, pero a mi nunca me pillaron..."

    Endavant Ric!

    Joan

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    Respostes
    1. Mi querida Yamaha XT600, así se parta la crisma el hijoputa que me la robó :-)

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  3. Mucho ánimo y suerte.Disfruta todo lo que puedas que ya habrá tiempo para lo demás.
    Salud
    PACO HERNÁNDEZ

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