Km: 240
Me levanto todavía con el mal cuerpo del día de
ayer, así que para distraerme, limpio un poco la moto antes de partir. Verla
brillar de nuevo me reconforta. Observo que no se ve aceite en la ventanita que
a tal efecto tiene al lado del motor. Es evidente que las largas horas de
autopista han provocado un consumo de aceite mayor del previsto.
Afortunadamente, a la salida del pueblo hay una gasolinera. Le compro una
especie de caviar oleoso, super-extra-no-sé-qué, lo mejor para mi niña, espero que
los días transcurridos con poco aceite no hayan afectado a la mecánica. Me
prometo revisar más a menudo este punto.
No he desayunado, así que tras un centenar de quilómetros decido que es
el momento de cuidarme yo. Atento a los indicadores de la carretera, encuentro uno
que me llama la atención. Publicita un Café a 2 quilómetros de mi posición,
pero lo que me llama la atención es el propio cartel. Está decorado con
ilustraciones de aspecto naïf: una tacita y un pastel tal y como hubieran
salido en un cuento de las tres gemelas. Sé que quiero ir ahí. Otro cartel con
similares dibujitos me instan a abandonar la carretera y adentrarme en un
pequeño pueblo en donde encuentro el lugar. Ahora ya sé qué tipo de sitios son
los Cafés aquí, así que entro en la casa, y en lo que parece la cocina me
atiende la família que lleva el negocio. Una joven que habla inglés me aconseja
vafflor, con una mermelada típicamente sueca. Acepto la sugerencia por lo de
típicamente sueca y me siento en el jardín, esperando mi vafflor y mi café con
leche. Antes de marcharme, me piden que escriba algunas palabras en su libro de
invitados, observo que es algo que piden a los que venimos de paso desde la
carretera. No sé por qué me siento emocionado, y en deuda con esta gente. De
algún modo, mientras estoy sentado aquí, en la quietud y el silencio, oyendo su
conversación en ese idioma élfico siempre a media voz, me redimo de mis
anteriores pecados. Vuelvo a estar en el viaje. Es posible que existan otras
Suecias como sugieren las novelas de Stieg Larsson, pero también la que crea
lugares como este. Si pudiera, no me movería de aquí.
Al retomar el camino, observo con preocupación los
negros nubarrones que se acercan desde el Este. En pocos minutos, el cielo se
tiñe de gris. Me sorprende la velocidad con que esto sucede, como en la alta
montaña, el tiempo aquí puede cambiar en pocos minutos. Tal vez debería
detenerme de nuevo y preparar todo el aparejo de lluvia, pero recuerdo en este
momento las palabras de mi buen amigo Xavi, al pensar positivamente se atraen
cosas positivas, mientras que al pensar negativamente, lo contrario; así que no
paro de pensar que la lluvia no me alcanzará a pesar de que la dirección que
toma la carretera me lleva justo al centro de la negrura. Por suerte, en un
cruce, la E45 cambia de dirección y se sitúa en un rumbo paralelo al límite de la
tormenta, en una tierra de nadie que en cualquier momento puede tomar partido.
Pienso que tal vez Xavi tenga razón, sea como sea, de este modo gano tiempo.
Desgraciadamente, un nuevo cambio de rumbo me lleva de nuevo a la tormenta.
Empiezan a caer las primeras gotas, así que me detengo rogando tener el tiempo
suficiente para organizarlo todo. Tal y como tengo montado el tinglado,
necesito de bastante tiempo para ello, debo deshacer las pack-safe que rodean
mis inadecuadas maletas de cuero, alcanzar las fundas de mochila que pienso
utilizar para cubrirlas y cerrar las pack-safe de nuevo. Luego, ponerme el
traje de lluvia. Para cuando termino con las maletas, la lluvia se ha convertido
en torrencial, y me pongo el traje de lluvia ya calado hasta los huesos. No
puedo dejar de pensar que en ocasiones la filosofía de Xavi presenta serias
lagunas. Existe una más antigua que preconiza lo de “a Dios rogando pero con el
mazo dando” que me hubiera dado mejor resultado. Reanudo la marcha en medio del
diluvio, pero en un momento me quedo literalmente ciego a causa del vaho que
empaña mi visera. Soluciono el peligroso problema abriéndola unos milímetros.
Ríos de agua se escurren por dentro de la misma pero al menos puedo ver. Me
pregunto qué más puede salir mal. Mala pregunta cuando tiene respuesta. Con una
rápida mirada veo que el GPS se ha parado. Traté de cubrir el enchufe de
mechero donde lo conecto con un plástico, pero bajo ese monzón asiático lo hice
rápido y mal. Con el viento, el plástico se ha movido dejando el enchufe al
descubierto. Sé lo que puede estar pasando a causa de una experiencia similar
en un viaje a la Toscana, donde la mezcla de agua, electricidad y los metales
del interior del mechero crearon un ácido que amenazaba con destruirlo todo. Me
urge encontrar un techo donde guarecerme i poder arreglar esto. Bajo esta
cantidad de lluvia, detenerme sólo empeorará las cosas, así que cubro con mi
mano izquerda la conexión y en esta forzada postura, prosigo en busca de
refugio. Como suele suceder, estoy en medio de la nada y eso es lo que
encuentro: nada. Pasan los minutos y la lluvia no cesa. Mi empapada chaqueta de
cordura ha funcionado durante un rato como un traje mojado de submarinismo. Si
el agua del interior no se renueva, acaba calentándose con el calor del cuerpo
y la sensación de frío desaparece. Pero el gélido aire que produce el avance de
la moto está enfriando lo que desde dentro trato de calentar, y estoy perdiendo
esa batalla. Me veo aquí, tiritando de frío, cubriendo la conexión con la mano
izquierda y conduciendo con una sola mano, con la visera levantada unos
milímetros y el interior del casco empapado. Pero extrañamente, no me siento
desesperado. Finalmente aparece ante mi una solución de compromiso: una pequeña
caseta como otras que he visto en el camino y que parece una garita de autobús.
Paro la moto junto a la puerta, salto al interior y desde dentro trabajo en
la moto para solucionar el desastre. Observo aliviado que no se ha producido
ácido, seco el enchufe y me preparo para hacer el McGiver con lo poco de que
dispongo: kleenex, un plástico, unas gomas, una navaja suiza y mi ingenio.
Terminadas las obras, enciendo el GPS y... ¡eureka!. Veo que no me he desviado
de la ruta, así que prosigo hasta encontrar una gasolinera. Al descender de la
moto, agarrotado por el frío, se me engancha el pie en el equipaje trasero y la
moto está a punto de caérseme encima. La aguanto con el cuerpo y consigo que no
se caiga, pero el soporte del retrovisor e improvisado soporte del GPS se
afloja y queda libre. No parece roto, pero no estoy muy seguro. Mierda, mierda
y mierda. Tengo que desmontar media moto para llegar a las herramientas y
consigo arreglar el maldito retrovisor. Mientras, despierto la curiosidad de un
sueco gigantesco que ha venido a repostar y en el inglés más raro que he oido
nunca, me pregunta por la moto y por mi viaje. Deduzco más que entiendo que en
tiempos tuvo una Royal Enfield con la que se fué a Rumanía, aunque tal vez
Rumanía y la Enfield forman parte de dos historias diferentes que me está contando.
Se marcha deseándome suerte, pero hoy no es mi día. Al parecer, el lector de
tarjetas que se utiliza para repostar (muchas estaciones de por aquí están
desatendidas) acaba de estropearse ahora mismo, me lo corrobora otro sueco que
es incapaz de solucionar el desaguisado, pero me apunta que hay otra estación
de servicio más adelante. Recojo los bártulos y me dirijo hacia allí.
De nuevo en la carretera, decido en un principio
no parar hasta vaciar el tanque, porque en comparación con las distancias de
por aquí, hoy aun no me he movido del sitio. Sin embargo, después de 100 km
decido por una vez escuchar mi sentido común, que me aconseja buscar alojamiento
y dar el día por finalizado. Encuentro un camping en el pueblo de Dorotea (el
nombre es así, tal cual), a las puertas de la Laponia sueca, en donde consigo
una cabaña miserable provista de una simple cama, pero no hay otra cosa. Con el
día que he tenido, me parece una suite del Hilton. El recepcionista me pregunta
si he hecho muchos quilómetros hoy, a lo que le contesto que no, por la lluvia,
los problemas eléctricos y que ya estaba hasta los... “y te preguntas qué coño
haces aquí” me interrumpe riendo.
Mientras me como una hamburguesa gigante en el pequeño bar del camping de
Dorotea, pienso que en realidad ha sido un día cojonudo. El único modo de
cambiar la dinámica en que me encontraba ayer ha sido enfrentarme a tal cantidad
de problemas e incomodidades que no he podido pensar en otra cosa. Recuerdo la
sensación de triunfo, en una caseta abandonada en medio de ninguna parte bajo
una lluvia torrencial, al terminar mi pequeña chapuza con el conector del GPS.
Me sentí como si hubiera terminado un Picasso. No hubo aplausos ni palmaditas
en la espalda. Estaba sólo. Pero más vivo y decidido que nunca.
Pienso que hoy
me hubiera ahorrado muchos problemas de haber seguido las tres máximas del
viaje con éxito: previsión, previsión y previsión. También, de haber planeado
el viaje en un año en vez de en quince días, llevaría un GPS de automóvil
integrado, unas maletas duras estancas y quién sabe qué más. Pero llevar mi
equipaje atado a lomos de una modern classic como la w800 me hace sentir como
Ted Simon dando su vuelta al mundo en una Triumph en los setenta, salvando las
diferencias. Y eso no se paga con dinero.
Ricard, ya sabes que en temas de lluvia en moto, tras dos malas experiencias, quedamos en que nunca más me harias caso. Sigue y seguiremos tu intuición.
ResponEliminaMe gusta mucho la reflexión de hoy, mientras estes con la belleza del viaje o con sus incomodidades, simplemente vívelas. Sin juzgar, solo actua. Con eso tu cabeza está en eso y no en modo pasado o futuro. Eso es la vida.
Sigue hacia el Norte
Un abrazo
Xavi
Nadie dijo que sería fàcil, Ricard. Ya sabes que mi experiencia en motos de gran cilindrada se limita a aquella vez que, estando tú enfermo, me cediste la tuya (no recuerdo ni marca ni modelo) sin tener yo más carné que el de federado de golf, por lo que no puedo juzgar si tu preparación para este viaje ha sido o no la adecuada. Pero, tal y como apunta Xavi, coincido en que tu reflexión ante tales circunstancias es la mejor.
ResponEliminaSigue con lo tuyo, disfruta del momento minuto a minuto y no dejes de contarnos tus aventuras.
PD: ¿Podrías recordarme que moto fue aquella que me cediste durante unas dos semanas? Aquella con la que me pilló la Guardia Civil y que, milagrosamente, salí indemne de sanción con la frase: ¿Usted señor, nunca lo hizo de joven?... A lo que contestó la venemerita: "Sí chaval, pero a mi nunca me pillaron..."
Endavant Ric!
Joan
Mi querida Yamaha XT600, así se parta la crisma el hijoputa que me la robó :-)
EliminaMucho ánimo y suerte.Disfruta todo lo que puedas que ya habrá tiempo para lo demás.
ResponEliminaSalud
PACO HERNÁNDEZ