Km: 260
Amanece (es un decir) otro día soleado, y eso
siempre es noticia. Mientras preparo la moto, veo en el escaparate que tengo
enfrente de mi una guitarra Rickenbacker 330 por menos de 600 euros. No puedo
dar crédito a mis ojos. Si es cierto, me la compro y hago que me la envien a casa. Lo
tiene todo, el color sunburst, las pastillas tipo “tostadora” y el nombre
escrito en el clavijero, con esa especial tipografía: Rockinbetter. ¡La
madre...?! ¡Un Trolex de seis cuerdas!
Regreso
a la Tierra mientras valoro las opciones que tengo: bordear la costa, en un espectacular
recorrido encadenando fiordos, lo que supone tomar 7 u 8 ferrys, o bien tomar
la via rápida siguiendo la E6 por el interior. Deduzco que la ruta por la costa
puede requerir 2 días por o menos, eso teniendo suerte con los horarios de los
ferrys. Elijo por una vez la via rápida. Debo estar perdiendo fuelle. Lo que se
supone debería ser una etapa de puro trámite se convierte en una interesante
ruta atravesando un paisaje alpino. Me dicen que estoy en los Alpes y me lo
creo. Conduzco la w800 con suavidad, enlazando curvas, me lo estoy pasando en
grande. Cada vez me siento más integrado con esta moto, su prodigioso par es
ideal para rutear por este país. Creo que Noruega y mi w800 se entienden a la
perfección. A los pocos kilómetros, me queda claro que me acerco a la Noruega
de los grandes fiordos. A partir de ahora todo será monumental, faraónico, a
otra escala.
Me apetece detenerme a tomarme un softis, un
helado de leche de por aquí que he convertido en una de las bases de mi
alimentación, así que como siempre, sigo mi instinto y me desvío de la carretera
principal. Voy a parar a un pueblecito llamado Rognan. Los pueblos más pequeños
de por aquí se limitan a grupos de casas, como una de nuestras urbanizaciones
pero sin vallas que separen los jardines de las casas. No hay prácticamente
servicios, no hay tiendas, nada. A veces un pequeño supermercado en la
gasolinera, si la hay. Luego hay otros núcleos mayores que aglutinan varios
servicios en una especie de centro comercial disperso que suele estar en lo que los lugareños llaman “sentrum”. Por eso, aquí se usa la bici o el coche para todo y los
pueblos tienen aspecto de estar desiertos. Rognan es del segundo tipo. En el
centro, encuentro un lugar donde venden softis, me pido uno y en el momento de
pagar, la chica me comenta que muy a pesar suyo, no pueden aceptar mi tarjeta,
sólo aceptan las de Noruega. Empezamos mal, aunque ya estaba avisado de que en
algunos sitios podía suceder eso. A mi pregunta de si eso es la norma en esta
parte del país, me dice algo sobre que es un problema de terminales y me suelta
una parrafada de la que no entiendo ni jota porque he dejado de prestarle
atención. Hasta ahora me he movido sin una corona en el bolsillo, siempre
funcionando a base de tarjetas excepto en el bar de un ferry que me pusieron
similares pegas. Me indica la situación de un cajero automático y me dice que
puedo llevarme el helado siempre que regrese, claro. Qué confianzas. No me
apetece caminar con el helado, que prefiero tomarme sentadito, así que le pido
que me lo guarde bajo cero y voy a retirar algunas coronas. El pueblo resulta
muy poco agraciado, esta vez mi instinto ha fallado estrepitosamente. Pienso en
que si bien mi pueblo es un muermo, vivir aquí debe ser más aburrido que
dirigir el tráfico en el Mato Grosso. O tal vez tengo un mal día.
Reemprendo
la marcha por la carretera, que ya lleva un tiempo siguiendo el curso de un río
de aguas transparentes. Aquí es uno de cientos, pero un río como este en España
sería más sagrado que el Ganges. Si algo les sobra aquí es agua. No puedo
quitar la vista del río, que me está invitando cada vez con más insistencia a
que me remoje los pies en sus heladas aguas. Encuentro el recodo perfecto para
mis abluciones y me detengo. El agua está tan fría que duele, pero resulta de
lo más reconfortante.
Sé que estoy cerca de atravesar el Círculo
Polar Ártico, que marca el límite desde el que se puede observar el Sol de
Medianoche. Finalmente lo alcanzo, todavía recuerdo la emoción que sentí en
Jokkmokk cuando lo aravesé de subida. Ahora es distinto, me envuelve una
atmósfera de tranquila tristeza. Como siempre, en el sitio han montado un
chiringuito en donde se venden souvenirs de turistilla. Es de lo más estúpido,
pero todos acabamos picando, yo incluído. Nada más llegar, se me acerca una
pareja de holandeses, sorprendida de ver un español en tierras tan
septentrionales. Mi amigo Salva, que conoce bien Holanda, me dijo una vez que
de holandeses hay de dos tipos: los simpáticos y los antipáticos. No hay
término medio. Este es de los simpáticos. Hablamos un buen rato y terminamos,
como siempre, con la crisis. Ya somos
más famosos por eso que por cualquier otra cosa. Al parecer, en Holanda se
están cometiendo los mismos errores inmobiliarios que nos han llevado al
desastre.
Por
aquí todo el mundo está de subida, moteros y caravaneros. Siento envidia. Un
alemán que, cómo no, está subiendo al Cabo Norte con su BMW, también se dirige
a mi para preguntarme por mi viaje. Me comenta que en Francia y Alemania una
ola de calor está barriendo la zona con temperaturas de hasta 40 grados. Con
noticias como esa, aun tengo menos ganas de regresar. Atravesar ese horno
forrado de cordura va a ser un suplicio.
Es
curioso, pero desde Lofoten, mi necesidad de socializar ha disminuido
notablemente. No es que me haya convertido en un anacoreta, es sólo una
cuestión de intensidades. Recuerdo que en muchas ocasiones solía ser yo quien
iniciaba la conversación, ahora ya no siento ese impulso. Creo que tiene que
ver con el sufrimiento. Pasé tan malos ratos circulando bajo la lluvia que
tenía la necesidad de sentirme acompañado. Pero con el buen tiempo, en Lofoten
tuve suficiente con el paisaje, mi moto y yo. Pero ahora es la gente la que se
dirige a mi espontáneamente, de algún modo, llamo la atención. No se si mi
doctorado en moterología adquirido en el cabo norte se difunde a través de mi
piel como un áura, que atrae viajeros como la luz a las polillas.
Enfilo de nuevo la moto rumbo a Mo i Rana, un
curioso nonbre para una ciudad. De pronto, diviso un puente de madera que
atraviesa el río. Se accede a él dejando la carretera. No sé lo que me atrae
del sitio, pero decido dar la vuelta y detenerme para sacar unas fotos de la
moto sobre el puente. Me entretengo un rato con las fotos hasta que aparece un
tipo en una yamaha TT. Tomándolo por un motero, le pregunto si está seguro de
que ese es el camino correcto. Me contesta que sí, que él vive aquí, siguiendo
el camino de tierra un kilómetro, bosque adentro.
Hablamos un momento sobre mi
moto y de su trabajo para el ferrocarril minero de la zona cuando de repente me
suelta si quiero ir a tomar un café en su casa. Valoro rápidamente la
situación. Puede ser un psicópata que pretende salarme y alimentarse de mi en
el largo invierno o tal vez estoy en una de esas curiosas
oportunidades que sólo aparecen en un viaje como este. Decido ser positivo y
otorgar al tipo un voto de confianza. Avanzamos con las motos hasta llegar a un
cruce de vías, en medio de la nada, donde tiene su cabaña el bueno de Edward. Cabaña
es un decir, pues tiene hasta internet de fibra óptica. Tomamos ese café en su
casa mientras me cuenta que fue él mismo quen pidió ese trabajo tan alejado de
todo por varias razones. Le encanta la naturaleza y está excelentemente pagado,
por la compañía minera y por el estado. Además, trabaja una semana y la
siguiente se va su casa. Lo malo son los ocho meses de invierno, los 20 bajo
cero que se alcanzan en ese período y los dos metros de nieve que debe sacar a
golpe de pala cada poco tiempo. Dice haber recibido pocas visitas en los
últimos cinco años, la mía y la de unos tipos que no aceptaron su invitación a
café. Tras ellos llegó la policía buscándolos: acababan de atracar un banco. Edward
es un tipo especial. Vive aquí solo la mitad del año, pero es un tipo
extremadamente sociable. Tal vez le ocurre lo mismo que a mí, es tanto más
sociable cuanto más aislado se encuentra.
Me
siento tan a gusto en compañía de este ermitaño voluntario que no es hasta dos
horas después que me levanto para irme. Intercambiamos correos, y esta vez sí,
también fotos. Me voy del sitio con una sonrisa imborrable en la cara. Esta si
que ha sido buena.
Finalmente llego a Mo i Rana. En principio,
debería seguir hasta encontrar un motel que me ha recomendado Edward, pero ya
que estoy aquí, haré una visita relámpago a la ciudad.
Los
tracks que sigo generalmente terminan en algún lugar del centro de la ciudad. Cuando voy de
paso, ignoro ese punto y rodeo la población para encontrar el siguiente track.
Esta vez me pica la curiosidad por saber adonde me lleva. Acabo en una
barriada vecinal, prácticamente en el patio de atrás de unos noruegos que no
acaban de creerse que aparezca un motero en su jardín. Pero por el camino, me
parece haber visto un hotel económico. Me equivoco en lo de económico pero no
en lo de hotel. Una vez dentro, tengo la ocasión de conocer a Lyn, una niña
que se dirige a mi en un español con acento sudamericano y toques de noruego que
le queda de lo más gracioso. Al parecer, lo aprendió en un voluntariado en
Bolivia. Suena tan dulce que me dan ganas de llevármela a casa. Que no, que lo
digo por lo de dulce. No, no le he echado el anzuelo, si os digo que es una
NIÑA. Anda ya, que tenéis menos sensibilidad que un hipopótamo en celo...
Bueno Ricardín, hoy es Domingo 28 y me acabo de comer de un saque tus últimos 10 días de relato. Me había atrasado un huevo en hacerlo y los días fueron cayendo tontamente hasta dejarme tan rezagado en tu aventura. Ya descarto que esta siendo el viaje de tu vida, y estoy seguro leyendo todo de golpe. Entiendo lo de cierta frustración al no poder expresar algunas cosas, y por mas esfuerzos que hiciera con nosotros la Burgos, a veces se hace imposible. Traté de imaginarlo y me di cuenta que ni el mismísimo Kafka rodeado de diccionarios de sinónimos podría hacerlo. Hay cosas que son imposibles de traducir, puesto que son sensaciones, tan especiales y profundas que lógicamente las palabras se quedan cortas. Lo mismo pasa con las putas fotos, ya no va de pixels, ni de calidades de cámaras, simplemente no pueden retratar lo que uno está viendo, porque le falta la sensación de estar allí parado viendo éso. Por suerte hay cosas que son intrasferibles, esas sensaciones se las llevará uno puestas para siempre, dentro de uno. Comparto la teoría de tu falta de ganas de contacto o de charlas con tipos que te vas encontrando, es que has vuelto lleno de Lofoten, lleno de imágenes imposibles de contar o fotografiar, ¿Para que coño buscar gente para hablar? mejor quedarse mirando y sintiendo. Yo que como medio argentino soy especializado en psicoanálisis de barrio, corroboro que ese sentimiento es normal y humano. Supongo que el viaje de vuelta tendrá algo de nostalgia por lo que se deja o no llegaste a ver o visitar. La vuelta a la vida en sociedad será una putada en cierta manera despues de tantos días haciendo lo que te sale de los reverendos cojones, sin límites, sin horarios, y con el propósito de disfrutar de cada segundo. MIentras leía hoy los diez días que me faltaban, sentado como un pelotudo con un ventilador apuntándome para soportar los 32º de este calor tu relato me sacó de una realidad que no me gusta un carajo, pero de la que de momento no se puede salir, con suerte sobrevivir en medio de tanta mediocridad y chatura. Ni el GP de Hungría me sacó de esa sensación de que nada cambia mientras la gente se pone gilipollas como cada verano, se saca la neurona de su cabeza hasta Septiembre, y luego ya se verá...La ventaja en tu caso es que volverás lleno hasta los topes de buenas sensaciones, y creo que todo te chupará un huevo, al menos al comienzo, y seguirás con la sonrisa tonta de Lofoten durante un tiempo. Me alegra que hayas hecho este viaje, y seguro que habrá millones de cosas mas para contar con tiempo a tu regreso. Seguiría con el rollo, pero también mis dotes de escribidor incansable se están perdiendo, o al menos las tengo tan mermadas como yo. Cuidate para la vuelta, tarda todo lo que puedas observando y llenándote de todos esos paisajes, será la mejor vacuna para cuando algo te joda, es simple, se cierran los ojos y se recuerda Lofoten...Un abrazo!!
ResponEliminaMe alegra tenerte de nuevo aquí, pero lamento tu estado de ánimo. Venir hasta aquí te queda un poco lejos, pero te recomiendo salir de viaje. Un viaje puede ser cualquier mañana dando un paseo por Barcelona... cambiar el cuerpo de sitio, ayuda a cambiar la mente de estado. Y si no, puedes seguir leyendo mis idas de olla!
ResponEliminaUn abrazo