diumenge, 18 d’agost del 2013

Día 34: Offenburg – Sant Joan de Vilatorrada


Km: 1146
Parto de Offenburg bajo una ligera llovizna, no ha parado de llover en toda la noche. En teoría, hoy debería ser el último día de mi viaje, pero dada la gran distancia que todavía me separa de mi casa, decido no hacer más planes que el de recorrer el máximo posible de kilómetros. En un área de descanso cerca de St. Etienne, un motero se queda mirando mi moto mientras se dispone a continuar su viaje con la suya. Tengo que ir a pagar el repostaje, así que me dirijo al interior del edificio, donde aprovecho para tomar un café y un pequeño refrigerio. Cuál es mi sorpresa cuando al salir me encuentro todavía al motero francés, que me había estado esperando muerto de curiosidad por saber de qué moto se trataba, y si el adhesivo de Nordkapp con el que engalané su cúpula significaba que habíamos estado allí. Siento un poco disimulado orgullo cuando hablo de mi pequeña w800 y de la gesta que está a punto de terminar.
Sigo haciendo kilómetros por las autopistas francesas, sin sentir demasiado cansancio, me siento perfectamente integrado en esta moto, como si fuera un centauro con cuerpo de w800. No me canso ni la mitad de lo que me cansé en el trayecto de ida circulando por estas autopistas.
Al llegar a Lyon, la tormenta que llevo esquivando durante todo el trayecto me alcanza finalmente y me cae encima un océano justo en el momento en que atravieso la superpoblada ciudad francesa, lo que provoca un atasco monumental que me destroza el hasta ahora más que decente promedio. La tormenta termina en cuanto abandono Lyon, y el cielo se va despejando a medida que me dirijo hacia el sur. Decido dejarme el traje de agua puesto, dado que el ambiente ha refrescado lo suyo. Son cerca de las ocho de la tarde cuando alcanzo la ciudad de Montpeller, tras más de 800 kilómetros recorridos. Aun así, me siento fresco como una rosa y más despierto que nunca, podría seguir durante horas. Por este motivo tomo la decisión de continuar hasta casa, quiero llegar hoy. No me seduce la idea de pernoctar en un hotel de carretera en Francia cuando tengo la frontera a poco más de 300 km y mi casa a tan solo cuatro o cinco horas. Soy consciente de que me tocará hacer una buena parte del trayecto de noche y ya conocéis mi opinión de que pocas cosas hay más estúpidas que ir en moto de noche, pero al menos sin lluvia tiene un perdón y me siento con ánimos de afrontarlo.
Ha anochecido ya cuando cruzo la frontera española, momento en que me inundan un sinfín de emociones. Siento encima todo el peso de lo vivido en estos días y me abruma la melancolía y el pesar por la certeza del cercano final.
En Figueres me detengo a repostar y tengo la primera impresión de la realidad de mi país. Ya no volveré a ver las cuidadísimas áreas de descanso europeas, me encuentro en una área de servicio pésimamente iluminada, provista de un único WC sucio y maloliente. Sin duda, estoy de nuevo en casa. Durante el trayecto de Figueres a Girona no puedo evitar el derramar algunas lágrimas. Se me hace un nudo en la garganta pensando en lo que hemos vivido mi moto y yo, acaricio su verde depósito mientras le digo que puede sentirse muy orgullosa de lo que ha hecho, sintiendo mi w800 nuevamente viva y con alma.
En Girona abandono la autopista para dirigirme al Eix Transversal, que se empina en dirección al macizo del Montseny. Este está siendo el trayecto en que siento más frío de todo el viaje al conjurarse la oscuridad, altitud, humedad y mi falta de previsión al no llevar ni una sola capa de abrigo en mi chaqueta de cordura. Decido continuar a pesar del frío, no tengo ya tiempo ni ganas de detenerme. Espero que sea suficiente con el traje de agua como improvisado cortavientos. Recorro los últimos kilómetros reconociendo en la oscuridad los lugares familiares, entre la neblina del recuerdo de las lejanas tierras que he atravesado.
Es la una de la madrugada cuando finalmente llego a mi casa, aturdido por las casi once horas de carretera. Bajo de la moto y le hago una última fotografía en el mismo sitio en donde le hice la que encabeza este blog, con mi w800 mostrando orgullosa las heridas de guerra. Llamo al timbre de mi casa. Con lágrimas en los ojos, me fundo en un sentido abrazo con mi amada Marta, mientras le susurro al oido lo único que acierto a decir en ese momento:
Ha sido grande, muy grande...” 


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