Ha pasado ya un tiempo desde mi viaje
al Cabo Norte, cerca de tres meses. Hubiera querido escribir este
epílogo mucho antes, nada más llegar, aunque me ha sido imposible,
puesto que lo que ha sucedido tras mi llegada no ha sido más que una
necesaria inmersión en el trabajo, y el encontronazo con la triste
realidad que vive mi país. Tal vez sea mejor así, pues este
paréntesis temporal y el hecho de estar sumergido en un ambiente
completamente distinto a lo que fue el viaje me proporciona una
perspectiva más cercana y alejada de idealizaciones poco realistas.
A lo largo de estos días he disfrutado
de fugaces imágenes, de ocasionales bocanadas de aire fresco en
medio de la mencionada inmersión, que me transportaban de nuevo a
las estrechas carreteras noruegas atravesando paisajes de ensueño o
perdido en los interminables bosques de Suecia. Todo eso vuelve ahora
mientras estoy sentado frente al mismo netbook, en soledad,
escuchando la misma música con la que me hacía acompañar mientras
escribía este blog más allá del círculo polar ártico. Ante mí
vuelven a desfilar las imágenes, vuelvo a sentir los olores, las
sensaciones, se me aparecen los rostros de aquellos con quienes me
crucé en determinados momentos de mi viaje. Para ellos tan sólo fui
un acontecimiento fugaz, pero para mí fueron tan esenciales como el
propio paisaje. Vivo esos recuerdos como el anciano que recuerda su
juventud, abrazando las sensaciones de los momento vividos con
intensidad, pero con la melancólica certeza de que no regresarán.
Es un buen momento para recordar.
He estado alejado sólo unas semanas,
pero en mi fuero interno ha sido mucho, mucho tiempo. Tal vez sea así
porque siento que no he regresado al mismo punto del que partí. No
sé exactamente lo que me ha aportado el viaje, pero las personas que
más me conocen me confiesan que aprecian ciertos cambios. Yo también
los aprecio. Ha mejorado mi perspectiva de lo que es importante, de
quién es importante en mi vida, de lo que vale la pena. Eso me
obliga, en la medida de lo posible, a obrar en consecuencia.
Rememorando mis propias palabras al
inicio de este blog, quizá fui demasiado exigente con lo que este
viaje podía aportarme, ni más ni menos que encontrar las preguntas
adecuadas cuya respuesta diera sentido a mi existencia, pasada y
futura. Sin lugar a dudas, estaba siendo injusto con un viaje aun por
empezar. En ese momento me pareció algo interesante que escribir y además sonaba bien. A pesar de no tener la certeza de que eso fuera
a suceder, albergaba secretas esperanzas de que así fuera. A medida
que el viaje transcurría, no estaba seguro de estar alcanzando el
grado de trascendencia que pretendía. De hecho, en numerosas
ocasiones a lo largo de mi recorrido por solitarias carreteras me
preguntaba si realmente estaba averiguando cuáles eran esas
preguntas. Estaba demasiado ocupado en la conducción como para
pensar en esas cosas. Además, la mayor parte del tiempo en que
anduve vagando por esas tierras lejanas no pensaba en otra cosa que
en la inmediatez, vivía por completo en el presente. Eso me impedía,
o al menos así lo pensaba, llegar a conclusión alguna. No me daba
cuenta de que precisamente así era como estaba llegando al fondo de
la cuestión, de mis inquietudes y de la tan anhelada trascendencia.
Varias veces, al charlar con quienes me
encontré por el camino, me hicieron la misma pregunta:
--¿Viajas en moto, en solitario, hasta
el Cabo Norte? Debe ser algo muy duro, ¿no?
A lo que yo respondía,
invariablemente:
--En ocasiones lo es, pero estoy
disfrutando cada minuto. Vale la pena.
Sentía, al decir estas palabas, que
estaba siendo completamente sincero, puesto que así era. Disfrutaba
de cada minuto del viaje, de cada conversación, de cada silencio, de
cada paisaje, de cada tormenta, del cansancio, de la incertidubre, de
la tristeza al partir de algún lugar entrañable, de la alegría de
llegar a otro lugar desconocido y lleno de atrayentes incógnitas.
Cada contratiempo no era más que una puerta a nuevas sensaciones y
nuevas posibilidades.
No sé exactamente cuando fue,
si en un momento concreto circulando por las carreteras suecas,
abandonando ya Escandinavia, o si la pregunta estuvo forjándose en mi mente a lo
largo del viaje, pero en un instante de lucidez me dí cuenta de que
había hallado lo que buscaba. No se trató de ninguna iluminación,
ni revelación alguna. Fué, como digo, un momento de pura lucidez,
como si hubiera estado siempre ante una imagen borrosa y de repente
cobrara nitidez y se revelara con todo detalle. Sonreí dentro de mi
casco. No sentí euforia, ni realización trascendental ni nada
parecido, tan sólo me sentí maravillado ante su absoluta
simplicidad. La pregunta siempre estuvo ahí, pero no pude
reconocerla hasta que estuve inmerso en el viaje, viviendo sólo el
presente, sin futuro, sin pasado. El viaje me la reveló, después de
todo. Y lo más interesante es que no tiene una respuesta completa,
al menos no la tiene hasta el día en que se abandona este mundo. Eso
no quiere decir que no pueda responderse, de hecho se responde a
medida que se vive, y no existe una solución universal, cada cual
sabe la suya. Aunque no todo es tan sencillo, hay que saber construir
con sinceridad la respuesta adecuada. Hay que conseguir que la
respuesta sea afimativa cada minuto de nuestro viaje más largo, y
sólo de cada uno de nosotros depende. ¿Que cuál es la pregunta? Ya
la sabéis, la sabemos todos desde siempre. La pregunta es:
“¿Ha valido la pena?”
Hola Ricard.
ResponEliminaAcabo de leer tu viaje, muy bueno.
A los viajeros en Solitario, siempre nos hacen las misma pregunta, " pero viajes solo, solo solo, sin nadie y no te aburres...." yo para mi interior, me sonrío, pensando que es otra forma de viajar y que hay que vivirla, ya que es muy dificil de explicar las sensaciones que sentimos.
Veo que has disfrutado del viaje, el día a día, que es de lo que se trata, tu moto y tu y la carretera, y todo un mundo nuevo por descubrir, con sensaciones nuevas detrás de cada curva.
Un abrazo.
Bernabe Carrascosa.
Hola Bernabé!
ResponEliminaYa sabes que eres en parte culpable de que emprendiera este viaje, leer tu experiencia me dió el empujoncito final que necesitaba, ¡Gracias!
Es cierto que es difícil de explicar lo que sentimos cuando estamos en ruta en solitario. Yo no recuerdo haberme aburrido ni un solo minuto. Tal vez sucediera, pero no lo recuerdo. Solo recuerdo lo mucho que disfruté.
Un abrazo