dimarts, 13 d’agost del 2013

Día 32: Angelholm – Hamburgo


Km: 595
de BSA A7
Salgo de Angelholm con el cielo encapotado. Aunque en este viaje me he acostumbrado a esto, me gustaría poder partir algún día bajo un sol radiante, como en Lofoten, si bien es cierto que a medida que descienda de latitud voy a agradecer esas nubes. Llego a Malmo, desde donde tomo el puente que termina en el túnel submarino que une Suecia con Dinamarca. Circulo por las autopistas danesas, con la mente fija en hacer el máximo número de kilómetros y adentrarme todo lo posible en Alemania. El objetivo es llegar a casa en tres días, lo que me obliga a hacer unos 800 kilómetros diarios.
pasando por Kawa - Meguro 500
Mientras voy haciendo estos cálculos mentales, veo ante mí un coche arrastrando un remolque con una moto de época sobre él. Acelero para atraparlo. No puedo creer lo que veo: se trata ni más ni menos que la bisabuela de la w800, ¡es una BSA A7!
Este modelo inglés fue la base de la Meguro 500 japonesa, que al ser adquirida por kawasaki dió lugar a la serie W de esta marca. Esta serie se discontinuó en los 70 para resurgir en 1999 con la w650, de la que deriva mi w800. Un encuentro familiar, vaya. Adelanto al danés de la BSA haciéndole un gesto de aprobación con la mano, aunque seguro que considera la w800 como una moderna imitación. Yo prefiero verlo como una continuación de la misma filosofía, pero sin perder aceite.
Hasta la w800
Atravesar Dinamarca me está costando más de lo previsto, ya no recordaba las obras de la autopista y su intenso tráfico. El tiempo tampoco acompaña, ya que me va lloviendo de vez en cuando. Llego a las proximidades del puente de Odense y decido salir de la autopista para hacer algunas fotos de la moto. En mi fuero interno considero el cruzar este puente como el auténtico final del viaje. Lo que me queda de ahora en adelante es una kilometrada de autopista y poco más. Recuerdo en rápida sucesión diversos momentos de mi viaje, no sé por qué razón recuerdo mejor los inicios atravesando Suecia, cuando a fuerza de ilusión superaba las adversidades. Me recuerdo a mi mismo pero como si hubiera pasado una vida entera.
Soy como un anciano recordando escenas de su juventud con la triste, abrumadora certeza de que jamás volverá a sentir lo mismo, pero siempre permanecerá el anhelo insatisfecho de volver a sentirlo. Tengo mi banda sonora preparada para este momento, así que me pongo los auriculares y dejo que oleadas de sentimientos me humedezcan los ojos.
Llego a Hamburgo, sigo el track del GPS que me lleva hasta el centro de la ciudad, pues he decidido pernoctar aquí a pesar de no haber podido llegar al kilometraje deseado. Encuentro hotel en el centro. Una vez instalado en la habitación y revisando el mapa de la ciudad que me han proporcionado en recepción, me doy cuenta de que estoy a sólo una calle de la famosa Reeperbahn.
Si hay niños leyendo, es hora de irse a la cama, majetes.
La Reeperbahn y sus calles adyacentes son la zona en donde se ha instalado el putiferio hamburgués institucionalizado convertido en sacapastas de turistas salidos. Sin duda, eso merece una visita, aunque sea tarde y mañana toque madrugar.
El lugar es una sucesión de garitos, neones, chulos y porteros rumanos anabolizados hasta las cejas. Hay de todo y para todos: table dancers, cines X, hoteles dudosos, karaokes thailandeses, calles gay y espectaculos de sexo en vivo en donde se puede ver de todo menos sexo con animales, según me cuentan. Los anabolizados me invitan insistentemente para que disfrute de sus inolvidables espectáculos, pero mi frase más pronunciada hoy es “nein, danke”. Entre garito y garito, bares de copas repletos de turismo local y foráneo con unas cuantas copas de más. Sin embargo, la seguridad está constantemente garantizada con multitud de policías y una comisaría que es una atracción turística por si misma. Me aparto de la Reeperbahn y penetro por sus oscuras calles adyacentes donde me encuentro con un submundo distinto y bastante más cutre, con chicas que se me ofrecen en la misma calle, todas me dicen algo y yo de nuevo con mi “nein, danke”. Vale la pena el paseo, pero este ambiente tampoco es que me ponga especialmente, así que yo me retiro, con la certeza de que el hamburgués residente que va en busca de sexo, acude a cualquier sitio menos a la Reeperbahn.

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