diumenge, 18 d’agost del 2013

Día 33: Hamburgo – Offenburg


km: 709
Hoy tengo previsto llegar hasta Francia, pero parece que el clima tiene otros planes para mi. Mientras arreglo mi equipaje, enciendo el televisor esperando ver la previsión para el día de hoy. Puedo ver un reportaje sobre la noche anterior, al parecer han tenido inundaciones en Berlin y otros lugares a causa de las intensas lluvias que azotan el pais. Eso no son buenas noticias para mi. Estoy más que acostumbrado a la lluvia, es más, creo que ahora mismo soy la persona más acostumbrada a la lluvia en toda Europa. Pero sin duda va a ser un obstáculo en mi intención de hacer cerca de 900 kilómetros hoy. Salgo de Hamburgo en dirección sur. Al cabo de tan sólo un par de horas, empieza una lluvia que me da la sensación de que va a acompañarme el resto del día, así que me detengo en un área de servicio para volver a ejecutar el consabido ritual de ponerme el traje de agua. Si comparo el tiempo que tardé la primera vez en Suecia, cerca de Sunne, para realizar la operación, puedo sentirme más que orgulloso. Quedo disfrazado de buzo y cubro mis maletas de cuero en menos de la mitad del tiempo que empleé ese día. La lluvia va creciendo de intensidad conforme avanza el día. Los conductores alemanes no quitan el pie del acelerador por mucha lluvia que caiga, levantando auténticas cortinas de agua. Como de momento el tráfico no es muy intenso, las voy negociando bastante bien cambiando de carril, por lo que llevo un ritmo bastante aceptable. Sin embargo, pronto me topo con la última fase del Plan Marshall en forma de obras generalizadas en todas las autopistas del pais. A media tarde, ya tengo bastante claro de que tendré dificultades en alcanzar Francia, como tenía previsto. Cerca de Estrasburgo, la naturaleza se apiada de mi y me regala una bellísima puesta de sol, cuando éste atraviesa la capa de nubes en el horizonte y se queda un momento en suspensión entre la Tierra y el techo de nubes, que adquiere todas las tonalidades que van del amarillo al rojo. Poco a poco, me voy quedando sin luz. Entre la densa y pesada lluvia y el agua desplazada por los vehículos, no veo más allá de mis narices. Soy consciente de la peligrosidad de continuar, así que decido acabar aquí el trayecto de hoy. Estoy a poco más de 100 kilómetros de Mulhouse, tampoco está mal. Me dirijo al primer hotel que me señala el GPS, saliendo de la autopista. Cuando llego al lugar indicado, sólo hay un gigantesco McDonalds y algunas instalaciones propias de la maldita globalización, pero ningún hotel. Decido acercarme a Estrasburgo, supongo que cerca de la ciudad habrá más posibilidades de encontrar alojamiento. Aun estando relativamente cerca de allí, el trayecto me lleva alrededor de una hora bajo visibilidad cero, francamente peligroso, lo que me altera bastante los nervios. Llego a la ciudad de Offenburg y me levanto la visera porque soy incapaz de ver por donde voy. Creo atisbar un hotel cercano, aunque me encuentro en un laberinto de rotondas, pasos elevados y semáforos. Varias veces paso cerca del hotel pero sin poder encontrar cuál de las cincuenta posibilidades es la que me conducirá hasta él. Estoy bastante cansado y mosqueado por la absurda situación y la persistente lluvia, la cara mojada a causa de tener que circular con la visera levantada. En Noruega, la lluvia no era tan tenaz y solía darme de vez en cuando algún respiro, lo que me ayudaba a secarme un poco. Hoy no he tenido tregua. El traje de agua, ya bastante maltrecho en algunas costuras, deja entrar agua por ellas y ciertas partes de mi anatomía que no voy a describir con detalle están completamente empapadas. Finalmente llego al hotel por la menos evidente de las rutas, de bastante mal humor y francamente cansado.

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