km: 709
Hoy tengo previsto llegar hasta
Francia, pero parece que el clima tiene otros planes para mi.
Mientras arreglo mi equipaje, enciendo el televisor esperando ver la
previsión para el día de hoy. Puedo ver un reportaje sobre la noche
anterior, al parecer han tenido inundaciones en Berlin y otros lugares
a causa de las intensas lluvias que azotan el pais. Eso no son buenas
noticias para mi. Estoy más que acostumbrado a la lluvia, es más,
creo que ahora mismo soy la persona más acostumbrada a la lluvia en toda Europa. Pero sin duda va a ser un obstáculo en mi intención
de hacer cerca de 900 kilómetros hoy. Salgo de Hamburgo en dirección
sur. Al cabo de tan sólo un par de horas, empieza una lluvia que me
da la sensación de que va a acompañarme el resto del día, así que
me detengo en un área de servicio para volver a ejecutar el
consabido ritual de ponerme el traje de agua. Si comparo el tiempo
que tardé la primera vez en Suecia, cerca de Sunne, para realizar la
operación, puedo sentirme más que orgulloso. Quedo disfrazado de
buzo y cubro mis maletas de cuero en menos de la mitad del tiempo que
empleé ese día. La lluvia va creciendo de intensidad conforme
avanza el día. Los conductores alemanes no quitan el pie del
acelerador por mucha lluvia que caiga, levantando auténticas
cortinas de agua. Como de momento el tráfico no es muy intenso, las
voy negociando bastante bien cambiando de carril, por lo que llevo un
ritmo bastante aceptable. Sin embargo, pronto me topo con la última
fase del Plan Marshall en forma de obras generalizadas en todas las
autopistas del pais. A media tarde, ya tengo bastante claro de que
tendré dificultades en alcanzar Francia, como tenía previsto. Cerca
de Estrasburgo, la naturaleza se apiada de mi y me regala una
bellísima puesta de sol, cuando éste atraviesa la capa de nubes en
el horizonte y se queda un momento en suspensión entre la Tierra y
el techo de nubes, que adquiere todas las tonalidades que van del
amarillo al rojo. Poco a poco, me voy quedando sin luz. Entre la
densa y pesada lluvia y el agua desplazada por los vehículos, no veo
más allá de mis narices. Soy consciente de la peligrosidad de
continuar, así que decido acabar aquí el trayecto de hoy. Estoy a
poco más de 100 kilómetros de Mulhouse, tampoco está mal. Me
dirijo al primer hotel que me señala el GPS, saliendo de la
autopista. Cuando llego al lugar indicado, sólo hay un gigantesco
McDonalds y algunas instalaciones propias de la maldita
globalización, pero ningún hotel. Decido acercarme a Estrasburgo,
supongo que cerca de la ciudad habrá más posibilidades de encontrar
alojamiento. Aun estando relativamente cerca de allí, el trayecto me
lleva alrededor de una hora bajo visibilidad cero, francamente
peligroso, lo que me altera bastante los nervios. Llego a la ciudad
de Offenburg y me levanto la visera porque soy incapaz de ver por
donde voy. Creo atisbar un hotel cercano, aunque me encuentro en un
laberinto de rotondas, pasos elevados y semáforos. Varias veces paso
cerca del hotel pero sin poder encontrar cuál de las cincuenta
posibilidades es la que me conducirá hasta él. Estoy bastante
cansado y mosqueado por la absurda situación y la persistente
lluvia, la cara mojada a causa de tener que circular con la visera
levantada. En Noruega, la lluvia no era tan tenaz y solía darme de vez
en cuando algún respiro, lo que me ayudaba a secarme un poco. Hoy no
he tenido tregua. El traje de agua, ya bastante maltrecho en algunas
costuras, deja entrar agua por ellas y ciertas partes de mi anatomía
que no voy a describir con detalle están completamente empapadas.
Finalmente llego al hotel por la menos evidente de las rutas, de
bastante mal humor y francamente cansado.
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