dimecres, 23 d’agost del 2017

Intendencia

Con sólo cuatro años de retraso (ni en la Seguridad Social pueden hacerlo peor) y a petición de Ricky, un amigo lector, voy a detallaros la intendencia: cuanto me gasté,  en qué me lo gasté, problemas con la moto, neumáticos que calcé y todo eso. Como el tema en si me resultaba aburrido, me lo salté intencionadamente, pero como me apuntó Ricky, esa información puede resultar muy útil para quien se atreva a hacer el viaje al Cabo Norte, ya sea en una moto parecida a la mía o en cualquier maxitrail que se precie. Por suerte, conservé la hoja de cálculo en que guardé las cuentas. Imprescindible tener esta cuestión bajo control en un viaje largo.
Hay que tener en cuenta varias consideraciones:
  • Han pasado cuatro años, los precios y tipos de cambio pueden haber variado algo, aunque en esencia supongo que aún pueden considerarse equivalentes.
  • Mi moto es una Kawasaki w800, una moto de estilo neoclásico, en principio no pensada para este tipo de cosas. Su motor (bellísimo) tiene intencionadamente una arquitectura "clásica": eje-rey para la transmisión, bicilíndrico en paralelo, angulo de 90º... eso hace que en condiciones exigentes de autopista, altas revoluciones durante un periodo prolongado, su consumo de aceite se dispare. Esto no debería ocurrir, o menos, con motores de arquitectura más moderna.
  • Por el contrario, y gracias a ese motor poco potente pero con el par de un tractor, el desgaste de los neumáticos es mínimo. El clima con que me encontré, muy húmedo, también tuvo su influencia en el escaso desgaste de mis neumáticos.
 LA DOLOROSA:
  1. Gasolina: 1020,12 euros. En Noruega tiene un precio prohibitivo. Nadie diría que la sacan a mansalva del Mar del Norte. Por suerte, esta w800 gasta como un mechero en carretera. En autopista es otro cantar.
  2. Hoteles: 3415,02 euros. Sin duda, la parte del león. Los hoteles noruegos (y tambien los suecos) son bastante caros, siempre por encima, y a veces bastante, de los 100 euros. A su favor, su calidad suele ser bastante alta. De nuevo, el clima lluvioso que me acompañó gran parte del viaje es en cierto modo culpable. Al terminar el día, una ducha caliente y una buena cena se me hacían más apetecibles que montar la tienda en cualquier lugar húmedo y cenar leche con galletas (en Noruega la acampada libre se permite si es sólo por una noche). Sólo en Lofoten pude disfrutar de ese privilegio, que recomiendo encarecidamente probar algún día. Como opción más económica, están las cabañas de los camping, que utilicé bastantes veces. Nunca reservé nada, porque vivía al día. Tal vez si hubiese buscado y reservado los hoteles más económicos con anticipación hubiera reducido algo la partida dedicada a esto, pero en mi opinión, tanta planificación limita los movimientos. Con el impredecible clima y estado de las carreteras y demás, puedes verte obligado a realizar sobreesfuerzos para llegar al hotel reservado que potencialmente sean peligrosos. La sensación de libertad que da la moto se multiplica por mucho si haces lo que te da la gana cuando te da la gana, aunque algún día las cosas no salgan del todo bien.
  3. Comida: 953,06 euros. Si pretendes comer de restaurantes, las enormes distancias del norte, tanto en tiempo como en espacio, te pueden poner difícil lo de llevar un horario regular. Además, son muy caros en general. Como no soy muy exigente, aunque algún gustazo me di de vez en cuando, la opción de comer perritos calientes en la gasolinera o comprar cualquier cosa en sus supermercados (todas, casi sin excepción, ofrecen estos servicios) era suficiente para mi, con lo que me permitía recortar mucho esta parte del gasto. Mi comida fuerte del día era siempre el desayuno del hotel, generalmente del tipo self service, en que me ponía morado casi para todo el día.
  4. Autopistas y Ferrys: 347,77 euros. Inevitable si quieres llegar a Escandinavia con tiempo. Una vez en Noruega, en según que carreteras puede no existir más opción que tomar un ferry para continuar el viaje. Con lluvia, se agradece el café calentito del bar del ferry. Ojo, que fue el único sitio en donde no pude pagar con tarjeta, sólo con coronas. Nunca reservé ni consulté el horario de los ferrys, tuve con ellos una suerte sobrenatural. Recomiendo algo más de previsión en este aspecto, pues a veces me fue de 5 minutos el no quedarme tirado en medio de ninguna parte hasta el día siguiente.
  5. Otros: 703,48. Aquí se incluye un poco de todo: entradas a museos, observación de cetáceos, recuerdos para la familia, aceite para la moto, etc.
En total, han sido 6439,45 euros en 34 días, lo que arroja 189,40 euros por día. Más o menos, me cuadra con la percepción de gasto diario que tuve durante el viaje.

LA MOTO:

Sólo puedo decir maravillas sobre esta kawasaki w800. ¿Preparada para un viaje así? No, pero si hay que ir, se va.  ¿Rápida? No, pero fuimos de viaje, no de carreras. ¿Cómoda? Pues tampoco... al menos al principio. Tras los primeros días, me sentía tan acoplado a ella que parecía un centauro mecánico. Al final la sentía comodísima. Podía hacer, como de hecho hice en mi última etapa, 1500 km de una tacada sin sentir un excesivo cansancio. Además, su pequeño depósito sólo le da una autonomía cercana a los 200 km,  por lo que te obliga a ir parando. Así,  nunca llegaba a vencerme el cansancio antes de que se agotara la gasolina. Al final, su poca autonomía resultó ser una ventaja.
Si es verdad que me gastó mucho aceite atravesando Europa por autopista. Me pilló por sorpresa en Dinamarca, casi dejo el motor seco, pues por kilometraje debía tener aceite de sobra, pero es el precio a pagar por un motor "vintage". Una vez en las reviradas y estrechas carreteras noruegas, todo se normalizó.
El único extra que le puse fue el cargador de coche y una pantalla contra el viento de Acerbis. No muy útil en autopista por las turbulencias, aunque en estas motos en que vas "al viento", a partir de 120 km/h vas siempre metido en un huracán, acabas agotado. Es lo que hay.
¿Problemas? Cero patatero. En cuanto a la mecánica, no tuve ni uno. Es un motor que funciona a bajas revoluciones, va sobrado de par y me sobrevivirá seguro. Sólo tuve un problema eléctrico que me dejó tirado en la taiga sueca, más sólo que un uno y rodeado por millones de mosquitos. Resultó ser a causa de una chapuza mía cuando instalé antes de salir un mechero de coche en donde enchufar el GPS. Tras el susto inicial y cierta angustia por no saber qué pasaba, fue fácil de recomponer.
Esta moto es baja y sin carenar, la sensación es de que vas pegado a la carretera sobrevolándola en vuelo rasante, es siempre de "ir en moto", en libertad absoluta. Nunca he tenido esas sensaciones con mi otra moto, una maxi trail (por otra parte fantástica para viajar) pero me parece que voy encerrado en un cockpit de una nave de la guerra de las galaxias. Cuando quiero sentirme yendo en moto, me agarro la w800 otra vez. Por eso no he podido venderla.
Una mención especial para los neumáticos. En lugar de montar los preciosos neumáticos con dibujo "vintage" que vienen de serie en este modelo, pero que se desgastan de manera bastante irregular y suelen "cuadrarse" bastante pronto, opté por unos Michelin Pilot Activ de los que sólo puedo hablar maravillas. Su grip en cualquier condición meteorológica es excepcional, doy fe de ello porque me salvaron el pellejo en una frenada de esas de "o-la-freno-o-me-mato", con la moto cargada como un yak en día de mercado y con lluvia. Con ellos fuí, volví, y encima les hice varios cientos de kilómetros una vez en casa. Los cambié por aburrimiento. Sé de gente con maxitrails o otras motos de carretera que han tenido que cambiar neumáticos a medio viaje. También es verdad que este motor trata muy bien a los neumáticos, nada de dejar 5 euros de goma en cada arrancada.
He hecho otros viajes con mi maxi trail, sólo y acompañado. Es una gran moto, qué duda cabe, pero nadie se me acerca a decirme nada. Con la kawa, todo el mundo venía a verla y a hablar con el loco que se iba al Cabo Norte con una w800.

divendres, 28 de març del 2014

In Memoriam

Recientemente ha fallecido una persona que no lo merecía. Se llamaba Pep Bru Sala. No me siento autorizado a llamarlo amigo porque no es que lo fuera en sentido estricto. Nos perdimos la pista hace ya mucho tiempo, casi en la adolescencia. Sin embargo, nos cruzamos varias veces por el camino y siempre sentí una felicidad auténtica en esos reencuentros. A menudo tuve la sensación de que esa felicidad era mutua, o tal vez solo fuera la capacidad de Pep de hacerte sentir así. Por eso acudió tal cantidad de gente, y tan variopinta, a su funeral. Reconocí a muchos de ellos: buena gente, no tan buena y a auténticos hijos de puta. Eso me corroboró la excepcionalidad de Pep. Hasta los cabrones se rendían a su contagiosa vitalidad.

¿Qué tiene que ver esto con un ya casi abandonado blog de un viaje en moto? Pues tiene, y mucho. La muerte de alguien tan especial me puso de manifiesto la precariedad de mi propia existencia. Eso me despertó antiguas urgencias permanentemente pospuestas, entre ellas, finalizar el blog de un viaje que fue para mi mucho más que eso, una imborrable experiencia vital que me ha marcado en profundidad y que nunca he conseguido explicar completamente mediante palabras. Así que me retiré unos días al Pirineo y me propuse realizar un par de vídeos que resuman mejor mi experiencia. Tal vez mediante la conjunción de imágenes y música consiga extender las palabras y expresar mejor mis sentimientos.

Para la realización del vídeo, no elegí las fotos más bonitas como probablemente tampoco los mejores clips de vídeo. Me repasé a conciencia todo el material y fuí eligiendo aquellos momentos que marcaron pequeños hitos en el viaje, aquellos que al visionarlos despertaron un recuerdo especial en mi. El porqué revivo esos momentos o imágenes de ese modo tan especial es un misterio para mi. Hay fotos que no recuerdo haber hecho, sin embargo hay otras en las que revivo el momento como si todavía estuviera ahí. Puedo regresar con tan solo cerrar los ojos. Esas fotos son las que elegí. Por esa razón no esperes ver un gran vídeo, sólo el vídeo de mis recuerdos.

Decidí dividirlo en dos partes, una dedicada al ascenso y otra al regreso. La división no es casual, sino que obedece a que en realidad se trató de dos viajes muy diferentes. El ascenso fue rápido, tan rápido como las carreteras y el clima me permitieron. Me concedí pocas licencias fuera del guión, aunque las hubo y muy especiales, pero sentía una fiebre, una urgencia por llegar antes de que cualquier contratiempo me lo impidiera. Fue la adolescencia. Por contra, el regreso fue pausado, caótico y relajado, dejándome llevar por cualquier cosa que llamara mi atención. El objetivo se había alcanzado y sólo me quedaba dejarme caer lentamente hacia el Mediterráneo, sin ninguna prisa por llegar. Fue la madurez.

La elección de la música tampoco obedece al azar. No tan sólo es la música que me acompañó durante el viaje sino que me atrevo a afirmar que una de esas piezas fue la causa principal de que decidiera emprenderlo. Se trata de “An ending” de Brian Eno, que puedes escuchar en el fragmento que dedico a Lofoten. Si escuchar esa música te deja indiferente, entonces jamás podré explicarte qué fue para mi el viaje, jamás entenderás como me sentí entonces ni cómo me siento ahora al recordarlo. Si por el contrario sus acordes entran en resonancia con algo tan insondablemente profundo en tu interior que notas que tus ojos se humedecen sin tener ni puñetera idea del porqué, si sientes como la épica y la melancolía te envuelven con cada nota, entonces tampoco hace falta que te diga nada porque ya lo sabes. Eso fue el viaje para mi.
An Ending.


He tenido problemas para colgar el segundo vídeo, de momento podéis verlo aquí:
Parte 2: el regreso

Finalmente, el recorrido, día a día.




dimecres, 30 d’octubre del 2013

Epílogo


Ha pasado ya un tiempo desde mi viaje al Cabo Norte, cerca de tres meses. Hubiera querido escribir este epílogo mucho antes, nada más llegar, aunque me ha sido imposible, puesto que lo que ha sucedido tras mi llegada no ha sido más que una necesaria inmersión en el trabajo, y el encontronazo con la triste realidad que vive mi país. Tal vez sea mejor así, pues este paréntesis temporal y el hecho de estar sumergido en un ambiente completamente distinto a lo que fue el viaje me proporciona una perspectiva más cercana y alejada de idealizaciones poco realistas.
A lo largo de estos días he disfrutado de fugaces imágenes, de ocasionales bocanadas de aire fresco en medio de la mencionada inmersión, que me transportaban de nuevo a las estrechas carreteras noruegas atravesando paisajes de ensueño o perdido en los interminables bosques de Suecia. Todo eso vuelve ahora mientras estoy sentado frente al mismo netbook, en soledad, escuchando la misma música con la que me hacía acompañar mientras escribía este blog más allá del círculo polar ártico. Ante mí vuelven a desfilar las imágenes, vuelvo a sentir los olores, las sensaciones, se me aparecen los rostros de aquellos con quienes me crucé en determinados momentos de mi viaje. Para ellos tan sólo fui un acontecimiento fugaz, pero para mí fueron tan esenciales como el propio paisaje. Vivo esos recuerdos como el anciano que recuerda su juventud, abrazando las sensaciones de los momento vividos con intensidad, pero con la melancólica certeza de que no regresarán. Es un buen momento para recordar.
He estado alejado sólo unas semanas, pero en mi fuero interno ha sido mucho, mucho tiempo. Tal vez sea así porque siento que no he regresado al mismo punto del que partí. No sé exactamente lo que me ha aportado el viaje, pero las personas que más me conocen me confiesan que aprecian ciertos cambios. Yo también los aprecio. Ha mejorado mi perspectiva de lo que es importante, de quién es importante en mi vida, de lo que vale la pena. Eso me obliga, en la medida de lo posible, a obrar en consecuencia.
Rememorando mis propias palabras al inicio de este blog, quizá fui demasiado exigente con lo que este viaje podía aportarme, ni más ni menos que encontrar las preguntas adecuadas cuya respuesta diera sentido a mi existencia, pasada y futura. Sin lugar a dudas, estaba siendo injusto con un viaje aun por empezar. En ese momento me pareció algo interesante que escribir y además sonaba bien. A pesar de no tener la certeza de que eso fuera a suceder, albergaba secretas esperanzas de que así fuera. A medida que el viaje transcurría, no estaba seguro de estar alcanzando el grado de trascendencia que pretendía. De hecho, en numerosas ocasiones a lo largo de mi recorrido por solitarias carreteras me preguntaba si realmente estaba averiguando cuáles eran esas preguntas. Estaba demasiado ocupado en la conducción como para pensar en esas cosas. Además, la mayor parte del tiempo en que anduve vagando por esas tierras lejanas no pensaba en otra cosa que en la inmediatez, vivía por completo en el presente. Eso me impedía, o al menos así lo pensaba, llegar a conclusión alguna. No me daba cuenta de que precisamente así era como estaba llegando al fondo de la cuestión, de mis inquietudes y de la tan anhelada trascendencia.
Varias veces, al charlar con quienes me encontré por el camino, me hicieron la misma pregunta:
--¿Viajas en moto, en solitario, hasta el Cabo Norte? Debe ser algo muy duro, ¿no?
A lo que yo respondía, invariablemente:
--En ocasiones lo es, pero estoy disfrutando cada minuto. Vale la pena.
Sentía, al decir estas palabas, que estaba siendo completamente sincero, puesto que así era. Disfrutaba de cada minuto del viaje, de cada conversación, de cada silencio, de cada paisaje, de cada tormenta, del cansancio, de la incertidubre, de la tristeza al partir de algún lugar entrañable, de la alegría de llegar a otro lugar desconocido y lleno de atrayentes incógnitas. Cada contratiempo no era más que una puerta a nuevas sensaciones y nuevas posibilidades.
No sé exactamente cuando fue, si en un momento concreto circulando por las carreteras suecas, abandonando ya Escandinavia, o si la pregunta estuvo forjándose en mi mente a lo largo del viaje, pero en un instante de lucidez me dí cuenta de que había hallado lo que buscaba. No se trató de ninguna iluminación, ni revelación alguna. Fué, como digo, un momento de pura lucidez, como si hubiera estado siempre ante una imagen borrosa y de repente cobrara nitidez y se revelara con todo detalle. Sonreí dentro de mi casco. No sentí euforia, ni realización trascendental ni nada parecido, tan sólo me sentí maravillado ante su absoluta simplicidad. La pregunta siempre estuvo ahí, pero no pude reconocerla hasta que estuve inmerso en el viaje, viviendo sólo el presente, sin futuro, sin pasado. El viaje me la reveló, después de todo. Y lo más interesante es que no tiene una respuesta completa, al menos no la tiene hasta el día en que se abandona este mundo. Eso no quiere decir que no pueda responderse, de hecho se responde a medida que se vive, y no existe una solución universal, cada cual sabe la suya. Aunque no todo es tan sencillo, hay que saber construir con sinceridad la respuesta adecuada. Hay que conseguir que la respuesta sea afimativa cada minuto de nuestro viaje más largo, y sólo de cada uno de nosotros depende. ¿Que cuál es la pregunta? Ya la sabéis, la sabemos todos desde siempre. La pregunta es:
“¿Ha valido la pena?”

diumenge, 18 d’agost del 2013

Día 34: Offenburg – Sant Joan de Vilatorrada


Km: 1146
Parto de Offenburg bajo una ligera llovizna, no ha parado de llover en toda la noche. En teoría, hoy debería ser el último día de mi viaje, pero dada la gran distancia que todavía me separa de mi casa, decido no hacer más planes que el de recorrer el máximo posible de kilómetros. En un área de descanso cerca de St. Etienne, un motero se queda mirando mi moto mientras se dispone a continuar su viaje con la suya. Tengo que ir a pagar el repostaje, así que me dirijo al interior del edificio, donde aprovecho para tomar un café y un pequeño refrigerio. Cuál es mi sorpresa cuando al salir me encuentro todavía al motero francés, que me había estado esperando muerto de curiosidad por saber de qué moto se trataba, y si el adhesivo de Nordkapp con el que engalané su cúpula significaba que habíamos estado allí. Siento un poco disimulado orgullo cuando hablo de mi pequeña w800 y de la gesta que está a punto de terminar.
Sigo haciendo kilómetros por las autopistas francesas, sin sentir demasiado cansancio, me siento perfectamente integrado en esta moto, como si fuera un centauro con cuerpo de w800. No me canso ni la mitad de lo que me cansé en el trayecto de ida circulando por estas autopistas.
Al llegar a Lyon, la tormenta que llevo esquivando durante todo el trayecto me alcanza finalmente y me cae encima un océano justo en el momento en que atravieso la superpoblada ciudad francesa, lo que provoca un atasco monumental que me destroza el hasta ahora más que decente promedio. La tormenta termina en cuanto abandono Lyon, y el cielo se va despejando a medida que me dirijo hacia el sur. Decido dejarme el traje de agua puesto, dado que el ambiente ha refrescado lo suyo. Son cerca de las ocho de la tarde cuando alcanzo la ciudad de Montpeller, tras más de 800 kilómetros recorridos. Aun así, me siento fresco como una rosa y más despierto que nunca, podría seguir durante horas. Por este motivo tomo la decisión de continuar hasta casa, quiero llegar hoy. No me seduce la idea de pernoctar en un hotel de carretera en Francia cuando tengo la frontera a poco más de 300 km y mi casa a tan solo cuatro o cinco horas. Soy consciente de que me tocará hacer una buena parte del trayecto de noche y ya conocéis mi opinión de que pocas cosas hay más estúpidas que ir en moto de noche, pero al menos sin lluvia tiene un perdón y me siento con ánimos de afrontarlo.
Ha anochecido ya cuando cruzo la frontera española, momento en que me inundan un sinfín de emociones. Siento encima todo el peso de lo vivido en estos días y me abruma la melancolía y el pesar por la certeza del cercano final.
En Figueres me detengo a repostar y tengo la primera impresión de la realidad de mi país. Ya no volveré a ver las cuidadísimas áreas de descanso europeas, me encuentro en una área de servicio pésimamente iluminada, provista de un único WC sucio y maloliente. Sin duda, estoy de nuevo en casa. Durante el trayecto de Figueres a Girona no puedo evitar el derramar algunas lágrimas. Se me hace un nudo en la garganta pensando en lo que hemos vivido mi moto y yo, acaricio su verde depósito mientras le digo que puede sentirse muy orgullosa de lo que ha hecho, sintiendo mi w800 nuevamente viva y con alma.
En Girona abandono la autopista para dirigirme al Eix Transversal, que se empina en dirección al macizo del Montseny. Este está siendo el trayecto en que siento más frío de todo el viaje al conjurarse la oscuridad, altitud, humedad y mi falta de previsión al no llevar ni una sola capa de abrigo en mi chaqueta de cordura. Decido continuar a pesar del frío, no tengo ya tiempo ni ganas de detenerme. Espero que sea suficiente con el traje de agua como improvisado cortavientos. Recorro los últimos kilómetros reconociendo en la oscuridad los lugares familiares, entre la neblina del recuerdo de las lejanas tierras que he atravesado.
Es la una de la madrugada cuando finalmente llego a mi casa, aturdido por las casi once horas de carretera. Bajo de la moto y le hago una última fotografía en el mismo sitio en donde le hice la que encabeza este blog, con mi w800 mostrando orgullosa las heridas de guerra. Llamo al timbre de mi casa. Con lágrimas en los ojos, me fundo en un sentido abrazo con mi amada Marta, mientras le susurro al oido lo único que acierto a decir en ese momento:
Ha sido grande, muy grande...” 


Día 33: Hamburgo – Offenburg


km: 709
Hoy tengo previsto llegar hasta Francia, pero parece que el clima tiene otros planes para mi. Mientras arreglo mi equipaje, enciendo el televisor esperando ver la previsión para el día de hoy. Puedo ver un reportaje sobre la noche anterior, al parecer han tenido inundaciones en Berlin y otros lugares a causa de las intensas lluvias que azotan el pais. Eso no son buenas noticias para mi. Estoy más que acostumbrado a la lluvia, es más, creo que ahora mismo soy la persona más acostumbrada a la lluvia en toda Europa. Pero sin duda va a ser un obstáculo en mi intención de hacer cerca de 900 kilómetros hoy. Salgo de Hamburgo en dirección sur. Al cabo de tan sólo un par de horas, empieza una lluvia que me da la sensación de que va a acompañarme el resto del día, así que me detengo en un área de servicio para volver a ejecutar el consabido ritual de ponerme el traje de agua. Si comparo el tiempo que tardé la primera vez en Suecia, cerca de Sunne, para realizar la operación, puedo sentirme más que orgulloso. Quedo disfrazado de buzo y cubro mis maletas de cuero en menos de la mitad del tiempo que empleé ese día. La lluvia va creciendo de intensidad conforme avanza el día. Los conductores alemanes no quitan el pie del acelerador por mucha lluvia que caiga, levantando auténticas cortinas de agua. Como de momento el tráfico no es muy intenso, las voy negociando bastante bien cambiando de carril, por lo que llevo un ritmo bastante aceptable. Sin embargo, pronto me topo con la última fase del Plan Marshall en forma de obras generalizadas en todas las autopistas del pais. A media tarde, ya tengo bastante claro de que tendré dificultades en alcanzar Francia, como tenía previsto. Cerca de Estrasburgo, la naturaleza se apiada de mi y me regala una bellísima puesta de sol, cuando éste atraviesa la capa de nubes en el horizonte y se queda un momento en suspensión entre la Tierra y el techo de nubes, que adquiere todas las tonalidades que van del amarillo al rojo. Poco a poco, me voy quedando sin luz. Entre la densa y pesada lluvia y el agua desplazada por los vehículos, no veo más allá de mis narices. Soy consciente de la peligrosidad de continuar, así que decido acabar aquí el trayecto de hoy. Estoy a poco más de 100 kilómetros de Mulhouse, tampoco está mal. Me dirijo al primer hotel que me señala el GPS, saliendo de la autopista. Cuando llego al lugar indicado, sólo hay un gigantesco McDonalds y algunas instalaciones propias de la maldita globalización, pero ningún hotel. Decido acercarme a Estrasburgo, supongo que cerca de la ciudad habrá más posibilidades de encontrar alojamiento. Aun estando relativamente cerca de allí, el trayecto me lleva alrededor de una hora bajo visibilidad cero, francamente peligroso, lo que me altera bastante los nervios. Llego a la ciudad de Offenburg y me levanto la visera porque soy incapaz de ver por donde voy. Creo atisbar un hotel cercano, aunque me encuentro en un laberinto de rotondas, pasos elevados y semáforos. Varias veces paso cerca del hotel pero sin poder encontrar cuál de las cincuenta posibilidades es la que me conducirá hasta él. Estoy bastante cansado y mosqueado por la absurda situación y la persistente lluvia, la cara mojada a causa de tener que circular con la visera levantada. En Noruega, la lluvia no era tan tenaz y solía darme de vez en cuando algún respiro, lo que me ayudaba a secarme un poco. Hoy no he tenido tregua. El traje de agua, ya bastante maltrecho en algunas costuras, deja entrar agua por ellas y ciertas partes de mi anatomía que no voy a describir con detalle están completamente empapadas. Finalmente llego al hotel por la menos evidente de las rutas, de bastante mal humor y francamente cansado.

dimarts, 13 d’agost del 2013

Día 32: Angelholm – Hamburgo


Km: 595
de BSA A7
Salgo de Angelholm con el cielo encapotado. Aunque en este viaje me he acostumbrado a esto, me gustaría poder partir algún día bajo un sol radiante, como en Lofoten, si bien es cierto que a medida que descienda de latitud voy a agradecer esas nubes. Llego a Malmo, desde donde tomo el puente que termina en el túnel submarino que une Suecia con Dinamarca. Circulo por las autopistas danesas, con la mente fija en hacer el máximo número de kilómetros y adentrarme todo lo posible en Alemania. El objetivo es llegar a casa en tres días, lo que me obliga a hacer unos 800 kilómetros diarios.
pasando por Kawa - Meguro 500
Mientras voy haciendo estos cálculos mentales, veo ante mí un coche arrastrando un remolque con una moto de época sobre él. Acelero para atraparlo. No puedo creer lo que veo: se trata ni más ni menos que la bisabuela de la w800, ¡es una BSA A7!
Este modelo inglés fue la base de la Meguro 500 japonesa, que al ser adquirida por kawasaki dió lugar a la serie W de esta marca. Esta serie se discontinuó en los 70 para resurgir en 1999 con la w650, de la que deriva mi w800. Un encuentro familiar, vaya. Adelanto al danés de la BSA haciéndole un gesto de aprobación con la mano, aunque seguro que considera la w800 como una moderna imitación. Yo prefiero verlo como una continuación de la misma filosofía, pero sin perder aceite.
Hasta la w800
Atravesar Dinamarca me está costando más de lo previsto, ya no recordaba las obras de la autopista y su intenso tráfico. El tiempo tampoco acompaña, ya que me va lloviendo de vez en cuando. Llego a las proximidades del puente de Odense y decido salir de la autopista para hacer algunas fotos de la moto. En mi fuero interno considero el cruzar este puente como el auténtico final del viaje. Lo que me queda de ahora en adelante es una kilometrada de autopista y poco más. Recuerdo en rápida sucesión diversos momentos de mi viaje, no sé por qué razón recuerdo mejor los inicios atravesando Suecia, cuando a fuerza de ilusión superaba las adversidades. Me recuerdo a mi mismo pero como si hubiera pasado una vida entera.
Soy como un anciano recordando escenas de su juventud con la triste, abrumadora certeza de que jamás volverá a sentir lo mismo, pero siempre permanecerá el anhelo insatisfecho de volver a sentirlo. Tengo mi banda sonora preparada para este momento, así que me pongo los auriculares y dejo que oleadas de sentimientos me humedezcan los ojos.
Llego a Hamburgo, sigo el track del GPS que me lleva hasta el centro de la ciudad, pues he decidido pernoctar aquí a pesar de no haber podido llegar al kilometraje deseado. Encuentro hotel en el centro. Una vez instalado en la habitación y revisando el mapa de la ciudad que me han proporcionado en recepción, me doy cuenta de que estoy a sólo una calle de la famosa Reeperbahn.
Si hay niños leyendo, es hora de irse a la cama, majetes.
La Reeperbahn y sus calles adyacentes son la zona en donde se ha instalado el putiferio hamburgués institucionalizado convertido en sacapastas de turistas salidos. Sin duda, eso merece una visita, aunque sea tarde y mañana toque madrugar.
El lugar es una sucesión de garitos, neones, chulos y porteros rumanos anabolizados hasta las cejas. Hay de todo y para todos: table dancers, cines X, hoteles dudosos, karaokes thailandeses, calles gay y espectaculos de sexo en vivo en donde se puede ver de todo menos sexo con animales, según me cuentan. Los anabolizados me invitan insistentemente para que disfrute de sus inolvidables espectáculos, pero mi frase más pronunciada hoy es “nein, danke”. Entre garito y garito, bares de copas repletos de turismo local y foráneo con unas cuantas copas de más. Sin embargo, la seguridad está constantemente garantizada con multitud de policías y una comisaría que es una atracción turística por si misma. Me aparto de la Reeperbahn y penetro por sus oscuras calles adyacentes donde me encuentro con un submundo distinto y bastante más cutre, con chicas que se me ofrecen en la misma calle, todas me dicen algo y yo de nuevo con mi “nein, danke”. Vale la pena el paseo, pero este ambiente tampoco es que me ponga especialmente, así que yo me retiro, con la certeza de que el hamburgués residente que va en busca de sexo, acude a cualquier sitio menos a la Reeperbahn.

Nota del motero:


Ya llegué a casa, sano y salvo. Llegué el jueves día 8, de madrugada. Tras un fin de semana disfrutando de la compañía de Marta y un par de días reincorporado al trabajo, me pesa el no haber terminado el blog de mi viaje, así que he decidido contar cómo terminó, siguiendo el mismo formato que los días anteriores. No es que haya mucho que decir, pero no me gusta que quede incompleto. Cuando lo finalice, quiero escribir un epílogo, sin ninguna revelación trascendente pero si algunas reflexiones. También tengo previsto editar un par de breves vídeos sobre el ascenso y regreso de una w800 al Cabo Norte. Solo entonces podré dar por terminado el viaje.